Trump y Clinton convierten gala en ácido debate presidencial

Este cuarto debate inesperado empezó, igual que el de la víspera, sin que los candidatos estrecharan sus manos ni se saludaran. Como en una boda en la que dos familiares enemistados tienen que compartir mesa, Trump y Clinton cenaron muy cerca el uno del otro, solo separados por el cardenal Timothy Dolan

No hay tregua posible entre Donald Trump y Hillary Clinton. La gala benéfica de la Fundación Al Smith, que reúne a todos los poderosos de la todopoderosa ciudad de Nueva York, suele ser una suerte de alto entre los candidatos presidenciales a la Casa Blanca en la que, por una vez, bajan las armas, se ríen de sí mismos y lanzan alguna pulla graciosa, incluso ácida, al contrario.

La noche del jueves, en el Waldorf Astoria, Trump rompió esa -otra- tradición de la campaña. Ella hizo lo habitual, atacar con bromas y varios dardos venenosos; él se presentó con un cuchillo jamonero y acabó recibiendo varios abucheos de la crema de la sociedad neoyorquina. Iba a ser un respiro en la carrera electoral, pero se convirtió en el cuarto y más ácido debate.

“La mejor de mis virtudes es la modestia, por encima incluso de mi temperamento”, dijo Trump al principio, arrancando risas, con el rostro serio pero en la línea de lo que se espera en esa cena, que busca captar fondos para obras caritativas de la iglesia católica con discursos cargados de humor. “Hillary dice que si sale elegida me quiere de embajador en Irak o Afganistán”, continuó.

Las mayores carcajadas del discurso de Trump fueron a costa de su esposa, cuando el empresario neoyorquino dijo: “Los medios están siendo más sesgados que nunca en estas elecciones. La prueba es que, si Michelle Obama hace un discurso, a la gente le encanta. Mi mujer, Melania, da exactamente el mismo discurso, ¡y la gente se le echa encima!”. Recordó así el discurso de Melania en la convención republicana del pasado verano, cuando se comprobó que su intervención copiaba párrafos exactos de un antiguo discurso de la primera dama.

Eso fue lo más cerca que estuvo de reírse de sí mismo. A partir de ahí, Trump fue Trump y se puso duro y con cara de pocas bromas. “Clinton está aquí fingiendo que no odia a los católicos”, fue uno de los comentarios que el público le afeó. “Hillary es tan corrupta que fue expulsada de la Comisión Watergate, ¿cómo tienes que ser de corrupto para eso?”, atacó después.

Rescató incluso uno de sus deslices del debate de la noche anterior, pero para empeorarlo. “Ayer llamé asquerosa a Hillary, es relativo. Después de escucharla martillear y martillear, ya no pienso tan mal de Rosie O’Donell”, dijo en referencia a la actriz a la que Trump llamó “cerda” y “perra”.

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