Tras los debates, las tendencias se fortalecen

CONCIENCIA CIUDADANA     

Al hacerlo la sabiduría popular no se equivoca, porque los candidatos no vienen de la nada y no pueden aparecerse de repente frente a nosotros hablando de cuanto tema se les pregunta o les viene a la boca, sin reconocer quiénes son; sin decirnos quiénes son, qué han hecho; a quiénes han beneficiado con sus acciones; quiénes los han promovido en sus carreras y por consiguiente, a quiénes habrán de beneficiar con su ascenso al poder.

Concluyó la ronda de debates entre los candidatos presidenciales sin ningún cambio en las expectativas electorales, reflejadas en las encuestas del día de ayer, cuyos resultados coinciden en señalar la continuidad de las preferencias ciudadanas.  Por supuesto, quienes se identifican con cualquiera de los candidatos no han dudado en declararlo como triunfador del encuentro descalificando, a la par, de descalificar a sus adversarios; pero ese tipo de opiniones no llega a calar en la decisión del voto más allá de lo que ha podido hacerlo hasta ahora; así que no vale la pena detenerse a comentarlas.
Si los debates no lograron cambios significativos en la intención del voto, cabe pensar si son otras variables las que lo están decidiendo; y si es el debate el instrumento más adecuado y eficiente para que los ciudadanos conozcan y valoren los proyectos políticos y la capacidad personal de los candidatos que aspiran a gobernarnos.
Existen varias causas que podrían explicar por qué los debates en su formato actual no cumplen las expectativas esperadas por sus creadores; una de ellas, a nuestro criterio,  consiste en que  la discusión se centró en los candidatos y sus propuestas; cuando final de cuentas, ellos son  representante de  corrientes  de acción política diversas y contrapuestas, con una historia y un proyecto de nación, que en los debates quedaron ocultas ante los ojos del electorado, aunque sean el principal motivo por el cual éste está decidiendo hoy día  por uno u otro de los candidatos.
Pues por más que los candidatos tuvieron la oportunidad de emitir las propuestas más contundentes, las ironías más filosas y las acusaciones más graves, lo que en estos momentos está pesando más en el estado de ánimo de la ciudadanía, es el pasado no solo de los candidatos, sino de los partidos que los proponen y la forma de gobernar con la que se han desempeñado. Esta es, a mi criterio, una de las razones por las que las preferencias electorales no se han movido de manera relevante tras de los tres debates organizados por el INE, y un dato para indicar que los votantes, más que a lo que dicen, a lo que han hecho como gobernantes, apoyándose en su sentido común  como la que se expresa en dichos tales como aquel de  “dime con quién andas y te diré quién eres”.
Al hacerlo la sabiduría popular no se equivoca, porque los candidatos no vienen de la nada y no pueden aparecerse de repente frente a nosotros hablando de cuanto tema se les pregunta o les viene a la boca, sin reconocer quiénes son; sin decirnos quiénes son, qué han hecho; a quiénes han beneficiado con sus acciones; quiénes los han promovido en sus carreras y por consiguiente, a quiénes habrán de beneficiar con su ascenso al poder.
Eso que muchos señalan como fanatismo y tozudez por parte de quienes apoyan hoy al candidato más conocido -al grado de referirse a él como “ya sabes quién” sin necesidad de nombrarlo-, no es sino una intuición tal vez difícil de sustentar con palabras rebuscadas, pero sí una muestra palpable de que la ciudadanía busca, antes que nada, conocer el historial de cada uno de los aspirantes a pesar de las cortinas de humo con que se le trata de ocultar.
¿Quién conocía hasta antes de ser lanzado a la palestra a José Antonio Meade? Si decimos que un 10% de la población, quizá estemos exagerando; y lo mismo sucede -tal vez en menor grado-, con Ricardo Anaya y peor aún con el tal Bronco. Pero de quien el grueso de la población sí tenía conocimiento y conocía perfectamente su trayectoria, es Andrés Manuel López Obrador que, guste o no guste a sus contrincantes, ha sido congruente con sus palabras, aunque éstas sean parcas en su extensión y lentas en su expresión. Y esta congruencia es la que ha permitido al candidato que en estricto término no ha figurado como el más conocedor, el más brillante, el más listo y con más “mundo”, al final de cuentas es quien se ha mantenido a la cabeza de las preferencias electorales durante la campaña que casi está por concluir.   
En resumen, la congruencia entre su pasado y sus palabras es el criterio de elección que está pesando con mayor fuerza en el electorado, al elegir por quién votará; y será muy difícil revertir dicha tendencia con campañas sucias que seguramente irán creciendo hasta los últimos días de la campaña.  
Lo que se encuentra en el fondo de esta decisión popular es algo que solo más tarde podrá verse con mayor claridad: que estas elecciones son en realidad un plebiscito para aprobar el cambio de rumbo del país representado en AMLO –con todo y sus limitaciones e inconsecuencias-, o continuar con un modelo  de gobierno que se encuentra agotado y cuyo final,  por lo visto, nadie podrá revertir ya legal ni legítimamente; y que empeñarse en hacerlo a la mala,  mediante las estrategias aplicadas en las pasadas elecciones, sólo  estaría abonando a un escenario de consecuencias impredecibles.  La suerte está echada.
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS A TODOS.

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