Letras y Memorias
• Mandado, chácharas, garnachas y ropa; eso es andar de norte a sur en un tianguis mexicano
Muy temprano comienza la rutina. A una calle larga y extensa arriban camionetas, los espacios se asignan y se tienden lonas y sábanas para exponer los productos que llevarán dinero a casa.
La mañana en casa comienza con la higiene; se lavan las caras y los dientes son cepillados, ropa cómoda acompaña al cuerpo y sobre esta, se agrega una chamarra amplia que habrá de proteger nuestra fragilidad del frío y la insinuación de llovizna que amenaza proveniente del cielo aplomado.
La frialdad invernal de Pachuca recibe a los compradores, agobia a algunos comerciantes que apenas lucen un delgado suéter y el mandil amoldado a las barrigas. Todos convergen en ese largo e interminable espacio de pavimento que expone cualquier cosa que el imaginario piense: reliquias, libros, zapatos nuevos y usados, juguetes de antaño y discos con mil canciones “sabrosonas”; más adelante tenemos los básicos del hogar.
Relucen los jitomates rojos y la fruta de temporada, vegetales y tubérculos con sus precios señalados, hacen pensar a la ama de casa o al cliente en general, que habrán de comprar con los billetes en mano. No faltan tampoco quienes aprovechan esa verbena para curar la resaca y comprar unos cuantos tacos de barbacoa y un buen plato de consomé, para los más austeros están disponibles los sopes y quesadillas, las enchiladas caseras o cuanta garnacha se imagine uno.
Esos son los tianguis de esta capital, nada diferentes a los que encontramos en otros puntos del estado o del país. Mientras en los primeros metros del recorrido suenan canciones de Shakira que le canta al amor con su “Antología”, más adelante la banda norteña aturde con sus trompetas y acordeones. Así de cambiantes son los ritmos y las personas detrás de las verduras.
Cambiantes como el clima, porque cuando más gélido es el viento, de la nada aparece una breve resolana que abochorna a quienes usamos las chamarras enormes, y cuando estamos a punto de despojarnos de ella, de nuevo la ventisca y una brisa suave atacan a los compradores.
El tianguis se llena de gritos conforme se va llenando de gente. Los comerciantes ofrecen una oferta mejor que la del puesto de junto y con ello acarrean gente a sus arcas. Si bien subió el salario mínimo por obra y gracia de los Dioses, también se han encarecido los productos a comprar. El jitomate de a 20 pesos por kilo, los limones oscilan entre los 14 y 18 pesos, la carne también subió de precio como si en lugar de adquirir chuletas, uno comprara arrachera o alguno de esos cortes suculentos que hacen salivar a quien les escribe.
Y entonces aparece la magia de quienes administran el hogar. Con el dinero en los monederos hacen magia para surtir las despensas. Nada se escapa. En los costales son guardados el frijol y las lentejas, algo de azúcar para endulzar la vida y también un poco de pan para romper el ayuno en cuanto se vuelva a casa.
Otra bolsa amplia es ocupada para que el poco jitomate que el dinero pudo comprar, ahí se guardan también los limones y unas naranjas que resultaron una ganga. Un poco de brócoli ameniza ese costal y con eso, se han cubierto los grupos alimentarios básicos.
La carne también tiene su lugar, y con gran esfuerzo se adquieren bisteces y unas piezas de pollo, esta semana no habrá longaniza ni chuletas, pero en sustitución, hay mucho queso y demás lácteos.
Con los hombros cansados por el peso de las compras, avanza de regreso la familia y, en el camino de vuelta, prestan más detalle a los amigos que venden antigüedades o cosas de segunda mano. Hay películas pirata al módico precio de cinco pesos, incluso hay quienes venden cintas en VHS y cassettes. Todo un viaje al pasado resulta ese regreso. A uno le dan ganas de completar las colecciones fallidas de monitos de Dragon Ball o de hacerse con sandalias en vista de que las nuestras ya se han desgastado y/o roto.
Una vez más la música nos acompaña en la travesía. Un poco de pop en un lado, más banda en otro, reggaeton sonando duro y maciso y hasta algo de hard rock ochentero. Todos esos sonidos se mezclan con los cada vez menos ruidosos gritos de los comerciantes. La jornada comenzó temprano y para cierta hora del día ya se ha agotado la voz.
Con las lonas coloridas e improvisadas, se resguardan todos del frío pachuqueño en aquél domingo de enero. Y aún más colorido resulta el que las verduras que parecían acabarse, se hayan renovado y con eso, la paleta de tonos se haya ampliado frente a los ojos.
Así es como uno reconoce y conoce lo que hay en el estado y en México, gracias a esos mercados ambulantes que lidian con los perros callejeros y con la basura que algunos dejan tirada bajo sus tablones. Batalla la gente con lo volátil de los precios y con el apachurramiento de cuerpos cargados con víveres al circular en tan concurridas calles. Ese es el modus vivendi de muchos, y así ha sido desde tiempos ancestrales, y así será en los años venideros.
¡Hasta el próximo martes!
Postdata: Puede que aún falte mucho para descubrir en estos lugares, puede que haya historias que deban ser contadas de cabo a rabo, pero ya habrá más oportunidades para rendir un homenaje a los rostros anónimos.
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