Tiempo de filosofar

TIEMPO ESENCIAL VI

Finalmente, en lo que tanto el saber productivo como el saber filosófico están de acuerdo es que, efectivamente el tiempo es oro. Pero si para el interés práctico el áureo metal simboliza el beneficio material obtenido de administrar convenientemente nuestro tiempo, y sobre todo el de los demás; desde la mirada filosófica el oro significaría que el mayor tesoro de la vida es el tiempo y la mayor ganancia, tomar conciencia de cómo hemos de aprovecharlo para comprender la realidad y comprendernos mejor a nosotros mismos, a fin de “vivir una vida digna de ser vivida” (Sócrates).   

En la pasada entrega de Tiempo Esencial planteamos la necesidad de aclarar el propósito al que apunta la filosofía, concluyendo que se trata de problematizar la realidad de tal manera que ésta deje de verse como algo normal o natural, y comience a mostrarnos sus paradojas, desafíos y portentos.
Pero antes de concentrarnos en ese asunto, debemos precisar uno más obvio y práctico; a saber: que solucionar cualquier problema requiere recursos. Aprobar una materia nos demanda estudiar; escalar una montaña, una gran preparación física; formar un hogar mucho dinero, etcétera; los recursos nos permiten enfrentar los desafíos que nos salen al paso con mayor o menor éxito y, como cualquier otra tarea, la filosofía no está exenta de tal demanda.   
Si nos preguntamos qué recursos son los más importantes para dedicarnos a ella; lo más seguro es que pensemos, en el talento, la inteligencia. Y en efecto, el cacumen es muy importante; pero podemos decir que no es único y exclusivo de la filosofía; pues otros saberes no le quedan a la zaga en la capacidad intelectual que demandan; tales como la física, las matemáticas, y otras ciencias.
Desde finales de la Edad Media, cuando las universidades se convirtieron en el lugar más reconocido para trasmitir el conocimiento; hasta la época actual donde los centros universitarios de investigación forman a los especialistas más capacitados, la inteligencia se ha convertido en el requisito más importante de la educación. Sin embargo, ese afán por el talento ha terminado por disminuir el interés de formar a quienes tal vez, sin poder considerarse como estrellas del intelecto, bien podría beneficiarse del contacto con la filosofía y otros saberes.
Pero la realidad es así, y ya desde aquellos tiempos Salamanca, la universidad más antigua de España y una de las más vetustas de Europa, advertía a quienes se acercaban a su entrada no atreverse ir más allá sin contar con la capacidad necesaria para entrar a sus aulas, en el entendido de que “Lo que natura no da, Salamanca no lo presta”, sentencia grabada sobre el arco de una de sus entradas.
Pese a los avances pedagógicos actuales, el requisito de la capacidad intelectual sigue exigiéndose en todos los sistemas escolarizados, no solo profesionales, sino hasta en los básicos; donde los niños y adolescentes tienen que acumular cada vez mayores saberes que no solo les demandan una gran exigencia intelectual, sino a la par una capacidad física notable para cargar las enormes mochilas o maletas con las que cotidianamente se dirigen a sus centros escolares.
Desafortunadamente, como hemos dicho, ni la propia filosofía ha escapado a esa exigencia escolar. Pero si en todas las demás profesiones pudiera justificarse la prioridad del talento sobre cualquier otra capacidad, no lo debería ser en la enseñanza de la filosofía, único saber donde la amistad (philía), antecede al saber racional (logos); pues, antes que nada ella es un deseo amoroso por el saber (Sofía) y sólo por él adviene la inteligencia que la acompaña, de lo que se infiere que si bien la inteligencia es recurso indispensable, la prioridad del acto filosófico se encuentra en el deseo amoroso que se profesa al saber buscado.  
Esta característica esencial de la filosofía, donde el sentimiento amoroso es más importante que la capacidad intelectual, constituye una verdadera paradoja, pues para la vida práctica no puede ser valioso un conocimiento que no proporciona beneficios tangibles, siendo el motivo principal del rechazo o mala fama de la filosofía en la educación utilitarista que domina nuestros tiempos.
Socialmente, un sistema de vida como el actual -basado en la producción y el consumo intensos y masivos-, requiere de individuos abstraídos de cualquier ocupación que implique una pérdida de tiempo para un sistema convencido de que “el tiempo es dinero”; lo que resulta, por un lado, en la desvalorización de toda ocupación que no responda a esa lógica y, por otro lado, en la importancia que se le da al tiempo productivo, a costa del tiempo libre.  Finalmente, en lo que tanto el saber productivo como el saber filosófico están de acuerdo es que, efectivamente el tiempo es oro. Pero si para el interés práctico el áureo metal simboliza el beneficio material obtenido de administrar convenientemente nuestro tiempo, y sobre todo el de los demás; desde la mirada filosófica el oro significaría que el mayor tesoro de la vida es el tiempo y la mayor ganancia, tomar conciencia de cómo hemos de aprovecharlo para comprender la realidad y comprendernos mejor a nosotros mismos, a fin de “vivir una vida digna de ser vivida” (Sócrates).   
Y éste propósito nos orienta a la necesidad de hacer presente en nuestras vidas a la filosofía, y saber qué tiempo nos reclama.
Pero no está por demás, estimado lector que, abusando de tu tiempo, te enteres un poco de lo que dice Séneca acerca de él, con cuyas palabras cerramos ésta entrega de Tiempo Esencial no sin antes insistir que nos escriban, dando a conocer sus esfuerzos personales o grupales por hacer presente la filosofía en nuestra casa hidalguense, cuya habitación se encuentra hasta ahora envuelta en penumbras. Dice Séneca:    
“Obra así, querido Lucilio: reivindica para ti la posesión de ti mismo, y el tiempo que hasta ahora se te arrebataba, se te sustraía o se te escapaba, recupéralo o consérvalo. Persuádete de que esto es tal como escribo: unos tiempos se nos arrebatan, otros se nos sustraen y otros se nos escapan. Sin embargo, la más reprensible es la pérdida, que se produce por la negligencia. Y si quieres poner atención, te darás cuenta de que una gran parte de la existencia se nos escapa obrando mal, la mayor parte estando inactivos, toda ella obrando cosas distintas de las que debemos […] Todo, Lucilio, es ajeno a nosotros, tan sólo el tiempo es nuestro: la naturaleza nos ha dado la posesión de este único bien fugaz y deleznable, del cual nos despoja cualquiera que lo desea.”

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