Home Nuestra Palabra TEXTOS PARA NO MORIR

TEXTOS PARA NO MORIR

0

 

El silencio

Calladamente amortigua sus pasos en la alfombra, sus manos suavemente acarician el arma dura –resplandeciente la hoja del puñal a los rayos de la luna que se filtran tras las cortinas. Se siente el puñal frío al tacto.

La oscuridad se desliza por las paredes inundando como una gelatina negra todos los rincones. Hace calor. De la ventana brevemente abierta entra un vientecillo fresco.

Vuelve a ver el arma e imagina un golpe limpio en el cuello albo y esbelto de Nidia. Se acerca a la cama y la encuentra profundamente dormida, apenas cubierta con una bata breve.

Matarla será fácil, ni un grito saldrá de su garganta. La sangre brotará como fuente mojando las sábanas blancas.

Pasa las yemas de sus dedos por la hoja plateada y toma el puño, siente la madera arabesca y vuelve a guardarlo en la bolsa de su saco.

El ruido de su reloj de pulsera lo distrae, cuenta hasta cien; el tic tac sigue brotando sin parar. Se sienta en una silla y desde allí la contempla paciente. Su respiración está en calma, algunos suspiros salen de su boca.

La luna crece en la ventana y dibuja el rostro de Nidia más blanca, es un ángel sin duda, despreocupada de la suerte que le espera.

La serenidad comienza a huir de su determinación de hace pocos minutos. El corazón late con más fuerza, se levanta; las manos comienzan a sudarle, las piernas se desguanzan. Vuelve a tirarse en sillón, queda allí media hora, una hora, sin fuerza. Sólo la ve. Las lágrimas salen de sus ojos, pensándola muerta ya, amándola ahora más que nunca.

Nidia da un giro en la cama y se acomoda como lo hacen los niños, con las manos haciendo una almohada. Al saberla viva, él siente regresar la vida y se alegra porque ella sigue viva.

Saca su cartera y saltan las fotos. Allí está ella hace doce años, con el pelo corto, sonriente, sentada en una banca del parque. Se muestra llena de vida, sin sospechar que años después terminará desangrada, que pasará del sueño a la muerte.

Revuelve sus recuerdos, aquella noche, cuando tomaban el camión a la salida de la universidad, ella le preguntó sobre la ruta del transporte, él le dijo que iba hacia el norte y los dos se encontraron para enamorarse y buscarse por toda la vida.

Los cuerpos encontrándose, el aliento de la felicidad inacabada; luego, los celos tortuosos, los odios de varias horas, los paseos juntos, el consuelo en las enfermedades.

El amor, el mismo por el que se añora y se siente el mundo en la carne propia, el mismo para desear la muerte enterrada en su cuello; el desconsuelo del amor.

Las seis menos treinta. El arma fría en la bolsa del saco y la indecisión.

El hombre mete la mano en el saco y aprieta fuerte el filo. Un ¡ay! de dolor involuntario despierta a Nidia.

  • ¿Qué haces allí sentado amor, qué te pasó?
  • Nada… mira, me corté un poco.

Nidia toma el dedo herido y lo chupa con anhelo. Él sin pensarlo besa su mejilla. Sonriente la abraza y se obliga a creer en la inocencia de Nidia. Tira el saco en la silla y se recuesta junto a ella. Las finas manos femeninas acarician el pelo del hombre, quien en pocos minutos duerme apacible, mientras la ventana comienza a pintarse de amarillo.