LA GENTE CUENTA
Un momento. Solo bastó un momento para que Emilio viera su vida entera correr por sus ojos, mientras que el auto en el que viajaba con su esposa, Laura, daba tumbos sobre la avenida principal, luego de que un camión endiablado y sin control les diera alcance, solo a unos cuantos metros de llegar a su destino. Hubo gritos, ruido, y después, nada…
Emilio despertó, más que por las ganas de levantarse, por una gran preocupación: una luz tenue inundaba sus pupilas, cegándolo por un momento; un ruido mecánico que combinaba rítmicamente con el repiqueteo de algún aparato electrónico; y con los brazos atados desde un catéter a unos cables transparentes.
-Señorita, el paciente acaba de despertar –una voz masculina parsimoniosa de bata blanca le daba la bienvenida a la vida. Emilio se frotó los ojos.
-¿Qué hago aquí? ¿Dónde está mi esposa? –arrastraba las palabras con dificultad. Su cuerpo comenzó a recibir punzadas de dolor, principalmente en su rostro y brazos.
-Cálmese, por favor. Está en buenas manos –aquel galeno trató de tranquilizarlo, pero su ansiedad y una premonición lo alteraron más.
-¡Le exijo que me diga dónde está mi esposa! –ese fue su último recurso. Lo que le siguió fue un balde de agua fría.
-Se encuentra en terapia intensiva. Se debate entre la vida y la muerte –respondió el médico de forma ceremoniosa, pero endeble.
La amargura se convirtió en una sustancia líquida que pasó directamente a sus ojos, ante la impotencia de no poder hacer algo por su amada. Saber que podría perder lo que en algún momento le dio mucha felicidad, y más ahora, con algo mucho más valioso.
Los días siguientes fueron una total tortura para Emilio, a pesar de que sus heridas superficiales se fueron borrando de su cuerpo, pero el recuerdo de Laura en una especie de sueño permanente tenía herido su corazón, una herida que ningún antiséptico podría curar.
Aprovechaba algunos momentos de que no era observado para dirigirse a aquella sala con decenas de aparatos, y su esposa durmiendo, para velar su sueño, aunque sea a distancia: la puerta estaba asegurada.
Los pasillos se volvieron parte de la vida de Emilio en el hospital, mientras esperaba buenas noticias, algún rayo de esperanza que le devolviera la tranquilidad. Él, con una indumentaria blanca, y trayendo una especie de bastón metálico con ruedas, se sentaba cerca del sitio donde estaba ella.
Una mañana nublada, mientras Emilio se preparaba para hacer su rutina, una de las enfermeras lo fue a buscar, con un gesto de sorpresa en los ojos.
-Señor, acompáñeme por favor –fue su petición.
Con dificultad siguió a la mujer de blanco, quien lo llevó hasta donde estaba su esposa, sus manos sudaban copiosamente, y el tiempo apremiaba.
Laura finalmente había decidido despertar, mirando con ternura a su esposo desde su lecho, y con su misma mirada le daba una indicación: una incubadora salía de aquel cuarto, llevando un pequeño ser, descansando plácidamente, sin ninguna muestra de golpes o daño irreversible. Aquel día caía en domingo, justo en pleno día del padre.