TEMPORADA DE ZOPILOTES 2018. 



CONCIENCIA CIUDADANA

    •    Cierto es, que algunos de quienes se alzaron con gubernaturas, senadurías o diputaciones locales y federales bajo las siglas de MORENA no representan  las demandas por las que la mayor parte de los votantes se decidió a votar por ellos…


El tiempo que falta parece alargarse infinitamente, mientras la campaña contra el próximo presidente de la república arrecia inmisericorde anunciándonos la lucha encarnizada que se avecina entre los partidarios del cambio y quienes se resisten a perder sus privilegios e intereses acumulados a lo largo de décadas de latrocinio, impunidad y violencia.
Durante el largo periodo de transición, el gobierno actual y los sectores y grupos de poder que lo rodean han llevado a cabo un astuto juego para neutralizar al gobierno que llega; por un lado, obligados por la actitud conciliatoria de López Obrador al extenderles la mano en son de paz,  fingen un respeto a la institucionalidad que están muy lejos de sentir, al mismo tiempo que patrocinan  una amplia campaña mediática de desprestigio y desinformación contra AMLO, sus colaboradores y los legisladores de MORENA; poniéndolos bajo la lupa las 24 horas destacando sus errores y tonterías,  ocultando convenientemente los cambios legislativos que aun antes de hacerse cargo del poder público prueban su decisión de cumplir con sus promesas de campaña.
Cierto es, y esto es preocupante, que algunos de quienes se alzaron con gubernaturas, senadurías o diputaciones locales y federales bajo las siglas de MORENA no representan  las demandas por las que la mayor parte de los votantes se decidió a votar por ellos, confiando en que la presencia y el ejemplo de Andrés Manuel sería suficiente para que estos oportunistas (cuando no verdaderos delincuentes, operadores políticos del régimen agonizante),  actuaran en consonancia con la alta responsabilidad que les exige la confianza dada por aquél y la ciudadanía; viendo con decepción que, una vez llegados a los ambicionados cargos, vuelven a conducirse con la misma falta de escrúpulos y principios con que actuaron en el pasado, antes de dar el salto oportuno hacia el morenismo.
Los ejemplos comienzan a brotar por todos lados, afectando no solo la confianza de los votantes que los eligieron muchas veces a petición directa del propio AMLO, sino aún la credibilidad de éste mismo; quien si bien goza aún del amplio bono de confianza ganado a pulso, no deja de mandar señales inquietantes a quienes le siguieron y acataron su mandato de votar por todos los candidatos de MORENA sin importar su pasado haciéndonos pensar si las presiones que gravitan sobre él son más poderosas de lo que imaginaba o si, por su propia convicción, prefiere tratarlos como pequeños problemas que no vale la pena sobredimensionar.
No solo ahora, sino desde hace tiempo, AMLO ha preferido mantenerse en un bajo nivel de agresividad contra sus malquerientes. No es de criticar su decisión, porque una y otra vez él ha demostrado ser capaz de controlar las situaciones más conflictivas y a los personajes más tenebrosos de la política. Sin embargo, lo que parece estarse olvidando, tanto de su parte como de sus compañeros de partido y la incipiente clase política que le rodea, es que el estado de cosas actual no tiene punto de comparación con ningún otro desde 1910; pues estamos, aunque no lo queramos, en la entrada de una revolución social que aún se encuentra en su fase político-electoral pero cuyas consecuencias tal vez no alcanzamos a percibir su alcance.
Siendo la historia la mejor maestra para ilustrarnos políticamente y no caer en los errores del pasado, ha de reconocerse que el momento actual presenta condiciones y relaciones de poder similares a las que tuvo que enfrentar Francisco I Madero, personaje admirado por AMLO, pero de quien no deben repetir sus errores y, mucho menos, tener que sufrir el mismo destino trágico. Madero desestimó las numerosas voces que le aconsejaban no rodearse de personajes del pasado ni “licenciar” a las fuerzas revolucionarias de manera similar a lo que hoy sucede en varios estados donde los morenistas y las fuerzas sociales del cambio han tenido que aceptar, en aras del pragmatismo y el realismo político ser desplazados por fuerzas y personajes nefastos del viejo régimen apoyados con toda la autoridad del presidente electo para escenificar verdaderas tragicomedias políticas impensables hace unos cuantos días.     
Cuando Madero, en aras de alcanzar una paz inmediata con la dictadura firmó los tratados de Ciudad Juárez dejando que un porfirista se hiciera cargo de un gobierno provisional y se licenciaran las tropas revolucionarias; un viejo ex porfirista, salió de las penumbras del local donde se resolvió dicho acuerdo para sentenciar proféticamente: “Revolución que transa, es revolución que se asesina”. Los hechos posteriores, desafortunadamente, le dieron la razón: Los porfiristas se reposicionaron, no permitieron que las fuerzas reales del cambio accedieran al poder y logrando que Madero desmovilizara a los ciudadanos en armas a  quienes debía su triunfo;  mientras que la prensa afín a la dictadura escarnecía al Libertador diariamente y el embajador norteamericano fomentaba descaradamente su derrocamiento y, finalmente, su asesinato, a manos de Huerta en 1912;  época dramática a la que Paco Ignacio Taibo II llama “Temporada de zopilotes”, título de una de sus magistrales obras históricas;  que bien pudiera  identificar en gran parte la época que hoy vivimos.
Pero México del siglo XXI no es el de 1910. Hoy es una sociedad abierta que, en sentido contrario a lo que está sucediendo en otras partes del mundo donde el miedo inducido y el rencor social han llevado al gobierno a las fuerzas más reaccionarias del espectro político; ha escogido el camino de la democracia popular, activa y participativa, por lo que debe reanimarse y hacer presencia suficiente en las redes y las calles para impedir que 2013 vuelva a reeditarse.
 Vivos se los llevaron y vivos los queremos.

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