LAGUNA DE VOCES
• ¡El ser humano es tan poca cosa en términos reales!
Ayer tembló en la Ciudad de México y Acapulco. Aunque en realidad pocos lo sintieron en la capital del país. Pero tembló.
Y solo cuando esto sucede, el ser humano se da cuenta de su ínfima estatura ante un hecho en el que no puede tener ninguna posibilidad de hacer algo para reducirlo o dirigirlo en contra de quienes considera sus enemigos. ¡El ser humano es tan poca cosa en términos reales!
Sin embargo estamos rodeados por personajes que están seguros, son poco menos que Dioses, y con toda seguridad en unos años anunciarán que están por recibir la anuencia llegada de los cielos para convertirse, si no en Dioses, en semidioses o algo por el estilo.
Toda la historia de la humanidad se fundamenta en la existencia de personajes enfermos de poder y una multitud que disfruta, saca provecho o simplemente evita morir ejecutada si tuviera el atrevimiento de cuestionar la deidad del desquiciado.
Por eso, no por el dolor que un terremoto causa entre simples mortales que no aspiran a Olimpo alguno, es bueno que la tierra se mueva y ponga en su lugar a los que por esos segundos o minutos, se saben igual que todos, asumen el miedo, el terror a desaparecer bajo toneladas de cemento. Se hermanan con todos por la fragilidad que también padecen.
Sin embargo, también a los pocos segundos o minutos, logran de nuevo modificar su categoría que los situaba en la tabla rasa que nos iguala, para elevarse por encima de todos y hacerlos diferentes, únicos entre los únicos. Su regreso al lugar de los Dioses se da en automático, impulsados de nueva cuenta por legiones de incondicionales que tal vez necesiten de ellos para sobrevivir, sobrevivirse.
Sabemos que los verdaderos Dioses son los que sacuden el planeta, las estrellas y galaxias, y que los otros, los que son sus imitadores, remedos, son imitadores baratos. Pero los usamos y nos usan, en esta tierra de las apariencias.
Pero un temblor nos devuelve al lugar de donde llegamos; somos efímeros, suspiros en el aliento eterno de la imaginación divina. Y a veces algunos lo olvidan, y todos a coro alabamos esa falta de memoria.
Descansamos el miedo a la muerte en gesticuladores que buscan creerse dioses por una necesidad imperiosa de escondernos en las sombras de la caverna donde pasan deidades falsas, eternidades con fecha de caducidad, esperanzas que condenan a la orfandad.
Es importante que el planeta mueva sus entrañas. Es una tristeza que casi siempre los que padecen las fatalidades sean seres diminutos que nunca aspiraron a subir la escalera de la locura rumbo al lugar de Dioses inexistentes.
Tiembla y eso pasa.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta