Temblor

Temblor

EL FARO

“Que tiemble el estado, los cielos, las calles. Que tiemblen los jueces y los judiciales. Hoy a las mujeres nos quitan la calma, nos sembraron miedo, nos crecieron alas… que caiga con fuerza el feminicida”. Así reza la canción de Vivir Quintana que hace poco tiempo caló en el ánimo de todos con el caso de un feminicidio.

Con el caso de Debanhi Escobar vuelven a oírse las voces. La sociedad indignada, los papás desolados, manifestaciones en la calle, investigaciones van y vienen, políticos comprometiéndose ante las luces de la opinión pública… esto ya suena a algo vivido. Suena a otros momentos en que jóvenes desaparecieron, papás desesperaron, la sociedad se indignó y se mostró el enojo en las calles como caminos de sordera.

En los cuatro puntos cardinales de la nación, el año pasado murieron decenas y centenas de mujeres por el simple hecho de serlo. Ingrid, Fabiola, Claudia, Esther, Teresa, Valeria…no son anónimas, sus nombres pesan y condensan vidas cercenadas por un hombre desfigurado como animal que les arañó, mordió, desgarró y violó la carne de las mujeres que en algunas ocasiones les acompañaban o a veces eran desconocidas. El deseo loco arrebata vidas de una manera banal.

Y la estructura del Estado se mantiene observando, esperando, como una tormenta de verano, que pasen las inclemencias del enojo y la violencia. Ni los jueces, ni los ministerios públicos, ni los servicios investigadores, ni los policías se conmueven. Solo esperan. 

No se ha dado ni una sola investigación de estos casos que no haya tenido puntos oscuros, contradicciones, descuido en la conservación en pruebas… Lo normal es la impunidad. Esto es lo que tampoco puede consentirse, que todo siga igual. Si dijimos más arriba que había una tarea educativa, igualmente imperativa es la obligación estructural de la justicia para castigar a quienes desgarran carnes y vidas de mujeres, simplemente porque son más fuertes o más cobardes.

Si cuando menos estos dos factores no se corrigen, educación y administración de justicia, cada uno de nosotros continuaremos siendo testigos desesperados, quizá cómplices, de esta realidad que está yendo en aumento. Cuidemos, denunciemos, observemos a los “profesionales” de la administración de justicia para que por flojera no hagan su trabajo.

Esto no puede ser, por tanto, asunto solamente de sororidad femenina, sino que es imprescindible que todos y las estructuras nos comprometamos para que no regrese el temblor.