LIBROS Y OTRAS COSAS
De pronto, suena el teléfono y una voz urgente me conmina: “Vas a presentar el libro ‘El silencio’ y la metáfora en la obra del poeta Timoteo Benavides, del profesor Adolfo Garnica, el próximo jueves, y necesito que me mandes tu Ce Vé, ¡pero ya!, porque tenemos que ponerte en el cartel y en el programa de mano”, ante lo cual uno responde, con cierta cautela y hasta con temor: “No sé nada de ese libro, del poeta estudiado ni de Garnica… ¿No podrían mandarme el libro para que por lo menos lo vea?” “¡Imposible!, a menos que quieras ir a la bodega de la editorial, en Azcapotzalco, a recoger un ejemplar, en horas hábiles, con tu credencial de elector y un comprobante de domicilio, ah, y tu Curp.” “Pero es que no tengo tiempo, no sé nada de ese libro y tengo que preparar una clase y…” “Pues a ver cómo le haces porque ya empezó a difundirse la información por redes sociales”.
Se dirá que exagero, pero puedo jurar por la memoria de Jorge Ibargüengoitia que
eso me ha sucedido varias veces en estos últimos años. En realidad no exagero; cuando mucho, con lo de ir a recoger el libro a Azcapotzalco.
Alguien ha decidido en la asamblea que no hace falta que alguien haya leído un libro para que lo presente. Es notable; es una de las consecuencias más desagradables de la sedicente difusión cultural y de los programas de fomento de la lectura.
Todo esto que escribo se me ocurrió hace unos días porque un poeta me invitó a la presentación de su libro. Es una obra que he leído y releído con atención, en el original; conozco al autor hace ya varios años; me gusta mucho lo que escribe y además tengo algo que decir sobre su libro. Es una situación ideal para presentar un libro, me parece. Pues no: lo que hay que hacer ahora es aceptar, literalmente, a ciegas: sin siquiera haber visto el libro, sin conocer del tema ni haber oído hablar del autor. Eso es lo “normal”. Es un tema con algunas variaciones.
Una variación: he leído el libro y me ha disgustado, o bien no me ha interesado en absoluto. ¿Debo decirlo en la presentación? Otra: he leído el libro y me ha gustado, pero categóricamente no tengo nada que decir sobre él, aparte de esa gansada (“me gusta”, y ya). ¿Cómo debo no decirlo? Una variación sumamente complicada, laberíntica: el libro leído me despierta sentimientos conflictivos y sé perfectamente cómo decirlo en la presentación, pero eso habla mucho más de mí que del libro en cuestión: ¿se vale ponerse uno mismo en el centro del escenario en la presentación del libro, que debería ser el importante, más aún que el autor?
Dudo que estas preguntas y los problemas que plantean interesen a los mercadotécnicos del libro o a los promotores culturales. A mí sí: como lector, principalmente. Como “presentador de libros” me causan profundo desaliento. ¿Puede uno volver a ser meramente lector y no virtual presentador de cualquier libro que lee? ¿Por favor? ¿Será mucho pedir?