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Soñando con el escenario

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LETRAS Y MEMORIAS
    •    Las fiestas, no siempre son lo que parecen… 


En medio del frío que anuncia la pronta llegada de lo que me gusta llamar “la depresión invernal”, surgen en diversos puntos, múltiples proveedores de aquellos ítems que habrán de poner luz, calor y color en los hogares de los mexicanos, de los hidalguenses.
    Con un gélido viento apenas perceptible debido a la enorme chamarra que cubre su cuerpo, camina una mujer junto a una pequeña constelación de luces LED, admira adornos afelpados y árboles navideños artificiales. Sumerge su vista con gran emoción en todos esos artículos que quisiera comprar, pero que, por cuestiones del destino, sólo deberá admirar a lo lejos.
    El tacto sobre los adornos le hizo imaginar que en cierto momento, que quizá tal vez en otra vida menos cruda y jodida, la casa de sus sueños tendría todas las luces y el color deseados. Su mente se sumió en uno de esos viajes caricaturescos donde el soñador ve realizadas sus ilusiones sólo con pensarlas.
    Por un momento la mujer protagonista de este espacio, cerró los ojos y trasladó su esperanza hasta donde el espíritu navideño le permitió. Con la mirada puesta aún en los tambalaches aquellos, la emoción le alcanzó y finalmente compró una pequeña serie de luces, sencilla, no tan luminosa, pero sí suficiente en su concepción para iluminar, quizás, un espacio en su hogar.
    Así es como el espíritu de las fechas que nos pisan los pies, se apodera de nuestras personas; quienes aún sin poseer todos los billetes posibles, eligen ser parte de un ancestral festejo que en estos días parece marginar a quienes no tienen suficiente, porque a los ojos de quien les escribe, la Navidad que hoy experimentamos tristemente ha mutado en una vacía parafernalia en donde se lucen ropas ostentosas y se regalan cajas con presentes costosos pero carentes de emotividad real.
    Nos toca vivir una Navidad que cada vez luce más como la oportunidad que muchos tienen para redimirse por malas acciones a cambio de una única noche de paz y nobleza. Siento que en festividades recientes hay cada vez más un vacío en cuanto a calor humano porque de un tiempo a la fecha, las convivencias se ven frustradas por pantallas táctiles que dotan de diversión a chicos y grandes.
    Y no, no es una queja contra la tecnología porque la verdad es que esta última también ha sido noble al acercarnos con seres distantes. Más bien se trata de exponer una queja contra el mal uso que le hemos dado a los celulares o tabletas. Es este texto un exhorto para que conforme sea posible, recuperemos un poco la esencia de la fría y dulce Navidad.
    Aquella fecha en donde nos reuníamos con primos y demás familiares, y bien abrigados nos poníamos a romper piñatas y nada en el mundo importaba porque el botín eran dulces y frutas. Es una buena época para encender lucecillas y pequeñas bengalas, para que exista más amor y, ¿por qué no?, hasta una nueva cara con la cual recibir a la gente que también nos ama.
    Bien podríamos retomar un poco de lo que aquella mujer abrigada nos enseñó cuando, al sacrificar las monedas restantes en su bolsa, además de comprar una pequeña serie, expuso que no se requiere tanta cosa ni seguir las tendencias de las grandes empresas, porque lo realmente valioso es desempolvar el espíritu navideño y hacerlo relucir junto a las esferas o adornos.
    Lo que aquella mujer de la historia inicial nos demostró fue que, no importa el valor de nuestros adornos, sino el valor de lo que llevamos dentro, bajo los abrigos y huesos. Importa admirar los pequeños detalles y poner ejemplos para que nuestros semejantes busquen esta guía positiva y repliquen esa valía navideña que no debe perderse: el amor y su distribución.

¡Hasta el próximo martes!
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