RELATOS DE VIDA
“¡Ya no le pegue, ni le grite, son juegos de niños!”, se oyó. Pero al final de cuentas la acción merecía un castigo que jamás pudiera olvidar, una reprimenda que le hiciera ver que sus actos traen consecuencias y que también entendiera que el respeto al derecho ajeno es la paz, bien lo diría don Benito Juárez.
Ese día por la mañana, un grupo de niños comandado por Juanito, salieron a jugar a la calle, pero dentro de la privada, de esa manera su seguridad estaba garantizada, aunque no la del vecino don Silverio.
Jugaron “stop”, encantados, bote pateado, escondidillas; luego sacaron bicicletas, patinetas e incluso patines, y se echaron unas cuantas carreritas; pero aun así la pila de los cinco pequeños no se acababa.
Les tomó algunos minutos decidir cuál sería el juego siguiente, las opciones eran cosas más serias y tranquilas: verdad o reto, memorama, canicas, trompo, balero, hasta rayuela salió a relucir, pero finalmente optaron por algo con mayor adrenalina: tocar los timbres de las casas del vecindario y castigar al que fuera descubierto.
En la primera calle el reto fue victorioso, nadie fue sorprendido, continuaron en la siguiente y seguían invictos, pero en la tercera arteria, la última de la privada, se toparon con un gran obstáculo, al tocar el timbre de la casa salió el perro guardián; si bien se espantaron, al verlo amarrado solo se burlaron; pero no contaban con que la furia y fuerza del can le permitiría desatarse y emprender la misión de corretearlos.
Los niños corrieron lo más rápido que sus pies les permitían, y en el trayecto levantaban las piedras que encontraban, casi al llegar al final de la calle su vitalidad los traicionaba, así que juntos hicieron frente al enfurecido perro.
Lanzaron las piedras con el propósito de ahuyentar al can, por lo menos tres llegaron a su blanco, las demás quedaban a medio lanzamiento, pero una fue a dar a la ventana que da a la sala de la casa de don Jacinto, y de manera desafortunada, el vecino estaba sentado tomando el poco sol que aún quedaba.
La piedra después de romper el vidrio, le dio directo en la cabeza provocándole un chichón instantáneo; su nieto adolescente que se encontraba cerca de él se percató del incidente y salió presuroso para dar con el culpable logrando ver al grupo de niños.
Después de atender a su abuelo, juntos fueron a la casa de Juanito, el líder de la banda; su mamá salió al llamado del timbre y al ver en la puerta al vecino con una lesión en la cabeza, adivinó que había sido obra de su hijo y sus secuaces, pues tenía menos de 20 minutos que había entrado corriendo, agitado, sin emitir alguna palabra y directo a su cuarto.
“Permítame un momento, don Jacinto, arreglaremos esto de una vez” – dijo la madre apenada. Subió el cuarto y bajó con el pequeño jalándolo de la oreja hasta llegar frente al lesionado – “Ándale, díselo”, -“Perdóneme don, no volverá a pasar”, – aseguró el muchacho.
“Una disculpa don Jacinto, al rato lo paso a ver para pagarle los daños de su ventana y de la curación, nada más que llegue mi esposo para que rompamos la alcancía del escuincle y vender sus videojuegos para que alcance a cubrir lo estropeado”, –refirió la mamá, soltando al pequeño para que regresara a su cuarto.
El vecino, pese a lo adolorido que estaba, sintió pena por el pequeño y le sugirió a la madre: –”muchas gracias, pero por favor ya no le pegue, ni le grite, son juegos de niños”.