Solo el mar mide el tiempo

Solo el mar mide el tiempo

LAGUNA DE VOCES

El día termina apenas empieza. Año con año dura menos y la llegada de la noche confirma que el tiempo finalmente resultó relativo, de tal modo que es diferente en cada persona, cada edad, cada esperanza con que se mire la vida. Sin duda es más duradero en el mar, porque el agua lo apacienta, le da plenos poderes para que se extienda hasta bien entrada la noche y no es asunto de luz o de oscuridad, sino de alejar la melancolía que siempre aparece en las olas, la arena.

Todos aseguran que lo único realmente valioso es el instante en que miramos por vez primera la playa, y por playa será necesario entender la sonrisa, la mirada, el amor que se desborda cuando navegamos en sus aguas; descubrimos nuevos continentes, aventuramos la ilusión de que ya no tendremos que irnos porque no será necesario. Eso se construye con tanta esperanza que acabamos por convencernos de que así será.

Por eso la angustia de que el día se acabe tan de repente, sin avisos de ningún tipo, sin una llamada para avisar que debemos preparar maletas, imprimir el pase de abordar o bajarlo al celular como ahora se hace. Nadie nos indica si es posible llevar mucho o poco equipaje sin que afecte la cuota por transportarnos a ese otro mundo que espanta, angustia cuando día con día nos enteramos de quienes ya no conocerán el mar que conocimos.

A veces decidimos ocuparnos de lo habitual, lo cotidiano, y dejamos que pasen años y años en el seguimiento meticuloso de los que se pelean por el poder en un país, un Estado, como si hubieran encontrado la pócima de la eternidad donde desean seguir esa larguísima disputa sin sentido, por ver quién manda mejor, quién manda peor, quién simplemente se resigna a obedecer.

Igual que a todos, mirar el mar despierta ese sentimiento de que lo eterno existe justamente en la capacidad de ver la constancia de su movimiento, su absoluta lealtad de la paciencia y una cada vez más clara vocación por ayudar a que lo humanamente simple se transforme en lo que nunca acabe.

Seguramente es posible que a través del instante que tenemos a la mano, podamos dar vida a la eternidad del amor, de la fe en que algún día podamos ser el único y vital testimonio de que es posible trascendernos y reencontrarnos infinitamente con el mar que nunca ceja en su afán de acompañar los vaivenes de la tierra.

Con toda seguridad el tiempo dejó de ser el que tuvimos en las manos cuando niños, jóvenes, ahora casi al borde la tercera edad en que por contagio lo hacemos lento, incapaz de dar saltos o de sorprenderse con nada. Pero sin duda es el instante en que por fin aprendemos a contar con absoluta paciencia los dones de la existencia, de lo que pueda o no venir, de la falsa fugacidad que le acomodamos al cariño. El cariño, el amor debe recibir visa de eternidad, para que nos acompañe cuando olvidemos que esa es la única razón para transitar sin pena ni espanto, a  ese otro lugar a donde muchos amigos se han ido.

Seguramente el mar es entonces el reloj del planeta que nos tocó habitar, del universo, este y los muchos que existen; el reloj natural para ponerle atención y no perder la oportunidad de recibir con las manos extendidas el don único y vital de la lealtad al único bien que nos regalan cuando lo merecemos. Es, por supuesto, el amor, y quien no lo sepa reconocer está condenado a ver acortarse los días, las noches, la vida misma.

Tampoco es ponerse a celebrar cada segundo, cada minuto, cada hora, día, semana, mes o años. Es asunto de intuición, de recordar que si no miramos con atención, el mismo mar pierde sentido, pierde su compromiso fundamental con el tiempo, al que nutre, alimenta para que sea el que siempre ha sido, a pesar de nosotros mismos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

CITA:

Seguramente el mar es entonces el reloj del planeta que nos tocó habitar, del universo, este y los muchos que existen; el reloj natural para ponerle atención y no perder la oportunidad de recibir con las manos extendidas el don único y vital de la lealtad al único bien que nos regalan cuando lo merecemos. Es, por supuesto, el amor, y quien no lo sepa reconocer está condenado a ver acortarse los días, las noches, la vida misma.

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