Sobre la corrupción

SABER PARA CONSTRUIR

Actualmente se está ensayando en nuestro país la opción del Sistema Nacional Anticorrupción y sus versiones estatales, como una estrategia de solución. En Hidalgo, justo ahora estamos inmersos en la conformación del mismo, lo que debemos ver con buenos ojos. Tanto como se pueda, conviene ayudar y no sólo criticar. Conviene estar atentos, no ignorar, o peor aún, vaticinar que “también saldrá mal”. Conviene cooperar en lo que se pueda y no caer en desidia, desesperanza o conformismo.

Todos tenemos una idea de lo que significa la palabra “corrupción”. Sin embargo, quizá le sorprenda saber que no existe aún una definición “oficial” o de consenso; en realidad, dicho concepto aún está abierto y se sigue construyendo. Transparencia Internacional la define como sigue: “corrupción es el abuso del poder encomendado para beneficio propio. Perjudica a todos aquellos cuya vida, sustento o felicidad dependen de la honradez de quienes ocupan un puesto de autoridad”.
Con frecuencia, pensamos en la corrupción como un mal propio de las personas que ocupan altas esferas de la vida pública, ya sea en el gobierno o en la iniciativa privada; pero no recapitulamos en nosotros mismos, en nuestra propia posición al respecto. Otros sí lo hacen, pero se consuelan al decir “lo que ellos hacen, también lo haríamos nosotros de estar en su lugar” (algunos hasta lo mencionan con desfachatez).
No estoy de acuerdo en generalizar, pero ya que nos gusta tirar la piedra al prójimo, convendría revisar si en nosotros mismos no habrá algo de la corrupción que echamos en cara a los personajes expuestos en los medios de comunicación. Especialmente importante es plantear ¿qué nos hace corruptos, o al menos, qué nos hace propensos a la corrupción? Si podemos elucidar esto, también podríamos tener mejores herramientas para frenar la corrupción.
Así, se ha planteado que los determinantes de la corrupción provienen de cinco fuentes generales: sociopolíticas, institucionales, jurídicas, económicas y ético-culturales. Parafraseando a Isaac Ehrlich, desafortunadamente la casi omnipresencia de todos estos factores da lugar a que la corrupción se manifieste en los gobiernos de todos los países, en todas las etapas del desarrollo socioeconómico e independientemente de cuál sea el régimen político en turno.
Parte del problema está en que contar con el conocimiento de las causas, muchas veces no es suficiente para tomar las decisiones correctas, se requiere de algo más: Luchar. Sí, luchar y no sólo aceptar la corrupción como algo cotidiano e inevitable. Hace algún tiempo, supe de un exdirector de Pemex que comentó en su círculo cercano (palabras más, palabras menos): “Si tengo que elegir entre un incompetente y un corrupto, prefiero al corrupto, porque el incompetente puede hacer mucho más daño a la institución debido a sus incapacidades técnicas, políticas u organizacionales; pero el corrupto, si al menos es competente, sabe en dónde y cómo hacer lo suyo sin dañar tanto ni poner en riesgo nuestra operación”.
Terrible. No hay que padecer tal disyuntiva, lo ideal sería que personas competentes y honorables (tan incorruptibles como sea posible) formen parte de las instituciones públicas, pero mientras el mundo siga siendo mundo, la falta de honorabilidad pecuniaria es un problema que debemos afrontar y tratar de resolver. En todas las mediciones internacionales, México registra altos niveles de percepción de corrupción. Incluso, algunos como Gabriel Zaid, plantean que en nuestro país la corrupción no sólo es parte del sistema, es, de hecho, el sistema.
En el caso del Estado de Hidalgo, el problema es importante pues de acuerdo con cifras oficiales, nuestra entidad ocupa el quinto sitio entre los estados con mayor prevalencia de corrupción, resultado que guarda correlación con el desempeño socioeconómico, pues típicamente los lugares con mayor corrupción también son los que menor PIB per cápita reportan y los que menor puntaje registran en el índice de desarrollo humano (lo cual es una tendencia estadística, no una simple opinión).
Actualmente se está ensayando en nuestro país la opción del Sistema Nacional Anticorrupción y sus versiones estatales, como una estrategia de solución. En Hidalgo, justo ahora estamos inmersos en la conformación del mismo, lo que debemos ver con buenos ojos. Tanto como se pueda, conviene ayudar y no sólo criticar. Conviene estar atentos, no ignorar, o peor aún, vaticinar que “también saldrá mal”. Conviene cooperar en lo que se pueda y no caer en desidia, desesperanza o conformismo.
Mientras sigamos siendo humanos, todas las soluciones a los problemas que nos aquejan, serán perfectibles, pero hay que intentarlo. Recuerde por favor, no sólo voltee hacia arriba (en los dirigentes) para buscar la fuente de los problemas de nuestra sociedad, eso es simplificar demasiado las cosas, y a la vez, es evitar participar de la solución. Para corregir el problema de la corrupción hemos de participar todos, pues todos estamos expuestos.
No lo olvide: Aprovechar las circunstancias de un puesto importante para beneficio propio y detrimento de los demás, puede ser fácil de señalar cuando no se trata de nosotros mismos. Al respecto, estoy de acuerdo en protestar con vigor, es de entenderse: a todos nos daña y molesta el mal uso que se hace de los recursos públicos, sí, pero en especial cuando se trate de nosotros, hemos de estar listos para hacer mejor las cosas en la esfera que nos toca vivir, de otro modo, no habrá remedio.
Además el problema no es menor: En la primera carta a Timoteo se menciona: “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero”. Sugiero que no menosprecie el señalamiento. Ignorar o descalificar no resuelve el problema, pero informarnos, enfrentarlo y esforzarnos, nos da una esperanza.
*Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo.

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