No hace falta pedirlo. Nada más entrar en el pequeño despacho, convertido en hogar para seis personas, la mujer de Ahmad Omar Moadamani saca el hornillo y hierve agua para preparar café. «Llevamos cuatro años aquí. Lo que iba a ser una salida temporal se ha convertido en nuestro hogar, ¿qué podemos hacer? No tenemos dinero para alquilar una casa, ni para emigrar a Europa, como han hecho algunos parientes este verano, aquí nos quedamos hasta que se acabe la guerra», confiesa este padre de familia de 45 años, que compagina la venta ambulante de fruta con el trabajo de voluntario en las milicias progubernamentales para poder subsistir.
Los Moadamani vienen de Daraya, la ciudad situada en el extrarradio rural de Damasco que sufrió los bombardeos de tropas gubernamentales en los albores de la «revolución» siria de abril de 2011. Esta familia de desplazados internos forma parte de los 172 civiles que ocupan un colegio rebautizado como ‘nuevo centro de acogida’ de Jdeidet Artouz, una localidad bajo control del gobierno sirio situada 15 kilómetros al sur de Damasco. Esta localidad situada en el extrarradio de la capital ha visto multiplicada su población por diez desde finales de 2012, hasta alcanzar los 300.000 habitantes.