Home Nuestra Palabra SIN RETORNO

SIN RETORNO

0

“Los muertos reciben más flores que
 los vivos, porque el remordimiento
es más fuerte que la gratitud”.
Ana Frank.

    •    Así, llegamos al ámbito político; hoy que está tan de moda la purificación ideológica y el perdón de los pecados, con el simple hecho de abandonar años de militancia, sentir pudor, repentina vergüenza y amnesia por los beneficios que durante sexenios se recibieron de un instituto político


El cambio es la esencia de los seres humanos, existe con voluntad o sin ella; para bien o para mal. Diariamente se tienen vivencias, la mayoría intrascendentes, rutinarias… pero, algunas suelen adquirir dimensiones impensables; cambiar de manera rotunda el presente y el futuro de quien las experimenta, en ejercicio de su libre albedrío o al margen de su limitada voluntad. Estos grandes momentos registran una característica común: son irreversibles; una vez que se da el primer paso, ya no existe retorno. Decía Milán Kundera que, aunque vivir es un gran teatro, no hay ensayo posible; cada escena es la vida misma.

Sin duda, el acto irremediable por naturaleza, es la muerte, ente que nace junto con la vida; ambas son compañeras inseparables, aunque parezcan antagónicas. Por lo menos en la concepción que el común de la gente tiene de este inexplicable e inevitable fenómeno, es que una vez acaecido, no puede reiniciarse: nacer es empezar a morir, pero morir no es empezar a nacer. La Parca puede aparecer por diferentes causas: muerte natural, por accidente, por sentencia judicial, por suicidio, por asesinato… hasta ahora, salvo testimonios literarios como “Vida después de la vida” y otros relatos, ningún estudio serio puede dar por hecho científicamente comprobado, que después de la muerte algo sobreviva. Uno de los argumentos más fuertes en contra de la pena capital, es que puede cometerse la suprema injusticia de condenar a un inocente, sin que el estado pueda justificarse con el consabido: “Usted perdone”.

No con tanta trascendencia, pero sí con mucho de su definitividad, la vida biográfica de cualquier individuo se afecta por consecuencias que se engendran lo mismo en su propia voluntad (repito), que fuera de su control. Por ejemplo, el divorcio: dicen quienes de esto saben, que después de la separación, también se vive una etapa de duelo y que, aun cuando hubiese un segundo matrimonio con la misma persona, nunca será lo mismo. Algo similar debe ocurrir si alguien cambia de sexo, por decisión propia o porque tiene que aceptar su realidad fisiológica, aunque en ello no cuente para nada su albedrío. Igualmente, cuando se cambia de religión, después de identificarse con una y compartir con la familia sus dogmas y tradiciones… además de los conflictos de conciencia, quien se ve en este caso tiene que soportar un ambiente que se especializa en bullying. También, un embarazo fuera de los convencionalismos sociales, puede marcar definitivamente a la involuntaria madre (digo involuntaria porque su objetivo era el sexo, no la maternidad).

En este esquema caben desde los fanáticos que deciden cambiar los colores de su uniforme futbolero, hasta aquéllos que dejan su partido político para buscar (a veces con éxito) nuevas expectativas de realización en ese campo.

Así, llegamos al ámbito político; hoy que está tan de moda la purificación ideológica y el perdón de los pecados, con el simple hecho de abandonar años de militancia, sentir pudor, repentina vergüenza y amnesia por los beneficios que durante sexenios se recibieron de un instituto político, en aras del bienestar inmediato y de apostar por un mejor porvenir (esta idea de futuro sería éticamente válida, cuando quien toma la decisión de un cambio radical, lo hace en pos de valores colectivos, no de lucro personal). En un país como el nuestro, en donde por casi un siglo la vida pública se inscribió bajo la rectoría de El Partido (así, con mayúscula) que surgió como un gran frente nacional, desde el poder, no para conquistarlo. Después de que en él se agruparon las corrientes triunfantes del movimiento revolucionario y se adoptaron acuerdos no escritos para fundamentar la alternancia de los grupos y facciones en el ejercicio del poder público: estructura territorial, sectores, organizaciones, militantes, simpatizantes… todos abrevamos en las fuentes de trabajo y disciplina antes de obtener la candidatura a algún cargo de elección popular.

Durante décadas, el único camino hacia el poder pasaba por el Instituto Político de la Revolución. Así, buena parte de los personajes que se dicen protagonistas de la cuarta transformación, provienen de las filas tricolores. Hartos de la corrupción (algunos por estar fuera), impotentes para luchar contra ella desde dentro; otros por frustración ante supuestas o reales injusticias que les impidieron obtener tal o cual postulación bloqueada por la fuerza del dedo oligárquico… el tradicional esquema de lealtad, voz y salida, se está cumpliendo: lealtad, sí ¿Hasta dónde?… Voz, sí: cuando las tribunas internas del Partido se abren a la militancia y las instancias de decisión impiden que esas voces clamen en el desierto porque hay voluntad de cambio, las fidelidades permanecen, pero… cuando la inconformidad crece y la oportunidad de salir hacia otras opciones se hace viable, gran parte de la militancia, de manera individual o colectiva, decide abandonar el barco, la mayoría en un viaje sin retorno, esta práctica, antes pecado mortal, hoy es cada vez menos criticada, aunque seguramente quedan remordimientos inconfesados e inconfesables.

El esquema de estas hipótesis nos lleva al tema de las sanciones. Por supuesto, en él, cualquier transgresión es por definición incoercible; no se sanciona fundamentándose en alguna norma jurídica, mucho menos con la intervención de la fuerza del Estado, por legítima que sea. Lo único que puede aparecer como temor para resguardar las normas (éticas, religiosas o de trato social), es el remordimiento. Dostoievski ya trató este tema de manera magistral en su novela Crimen y Castigo.

El Alter Ego freudiano agoniza. Dicen que cuesta mucho trabajo perder la vergüenza, pero que se vive muy bien después de haberla perdido; con esta base, nuevamente afirmo: “el cinismo integral es el estado perfecto del hombre”.

En conclusión: me atrevo a reiterar, de manera contundente: ¡De esta agua no beberé!… por lo pronto.