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Sin reclamos

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Sin reclamos

RELATOS DE VIDA

Todos corrían, médicos, enfermeras, metían y conectaban aparatos, a lo lejos se oía un pitido intermitente, y los que estaban adentro del cuarto parecían decir algo que no escuchaba y mucho menos entendía.

Sintió un temblor en su cuerpo que lo sacudió por lo menos dos veces, posterior a ponerle unas planchas como esa para alisar el cabello de las mujeres en el pecho, pero sin dar más resultados, solo veía gente entrar y salir, salvo su hija que lo miraba fijamente a los ojos.

Esa niña que hace 30 años decidió adoptar ante la imposibilidad de procrear, y a la que le entregó su tiempo, esfuerzo y dinero para dotarla de estudios; esa hija a la que siempre ayudó y protegió para que viviera tranquila y sobre todo feliz.

Esa misma hija que 10 minutos previos al ataque de corazón, le dijo que era mejor que se muriera porque al salir del hospital en el que se encontraba por dificultades respiratorias, lo iba a mandar a un asilo, lo dejaría en la calle para disfrutar plenamente de la casa con su pareja, porque él así se lo había pedido para estar con ella.

La frialdad de sus palabras y la preocupación de no tener dónde vivir le ocasionaron el infarto, pero aunque su corazón se había parado, su alma se negaba a salir del cuerpo, porque sabía que tenía una misión más en su vida antes de irse a otro plano.

Así fue como en la tercera sacudida en su cuerpo, recobró los sentidos, escuchaba perfectamente, veía claramente a los doctores y enfermeras, y notó la mirada de decepción de su supuesta hija al ver que no había logrado su propósito.

Una vez estabilizado y ya en recuperación, el adulto mayor mandó a llamar, con ayuda de una enfermera, a un notario público y un abogado; en la tarde, una vez presentes en el cuarto, les contó lo sucedido con su hija. Al día siguiente, los especialistas regresaron con documentos que el demandante solicitó.

A los dos días, lo dieron de alta, y con el apoyo de policías, como él había solicitado, acudió a su casa para pedirle a esa hija que casi lo mata saliera de la casa y nunca regresara. La mujer, pensando que era una broma, lo corrió usando palabras altisonantes, pero los elementos con orden de desalojo en mano, entraron al inmueble y ordenaron saliera inmediatamente.

La mujer lloró e imploró perdón argumentando que no tenía dónde vivir, que tuviera compasión, pero en la cabeza del hombre mayor resonaban las palabras enunciadas en el hospital, y con coraje y pesar, apoyó a los elementos que ordenaban el desalojo.

Le costó trabajo aceptar su soledad, su esposa había muerto hace poco más de dos años, y su única compañía era su hija, ahora que tampoco estaba, esa soledad a la que le huía, era quien lo acompañaba.

Dos años después el adulto mayor murió en su cama, de causas naturales, los vecinos fueron quienes descubrieron el deceso. La noticia no tardó en dispersarse, hasta llegar a oídos de la hija, quien no tardó en aparecerse para reclamar la casa, al ser la única hija.

La sorpresa fue que la herencia se otorgó a la casa hogar en la que fue adoptada, ya no tuvo nada qué reclamar.