LA GENTE CUENTA
Oscar Alberto Pérez García
Los rayos del sol hicieron que Adolfo despertara de su letargo; al principio con dificultad, pero después con una señal de alerta en sus ojos: no estaba en el bosque, tampoco en un día de campo, sino a pie de una carretera, solo.
Era mediodía. Los autos pasaban raudos sobre el pavimento, y un sol inclemente se dejaba azotar sobre la faz de la tierra, mientras que Adolfo, con sus pequeñas manos, trataba de quitarse de sus ropas la maleza y el pastizal, el polvo y la suciedad, la duda y el miedo, la soledad y el abandono.
Al principio, le costaba trabajo comprender un poco sobre de lo que pasaba, porque estaba tirado en el pastizal, así como cuando se desecha la basura o algún tipo de animal muerto, como si nadie lo quisiera tener cerca, como un objeto indeseable. Pero prefirió pensar que había una explicación lógica a este malentendido.
Con un poco de parsimonia, comenzó a caminar a la orilla de la autopista, con la esperanza de que pudiese llegar a algún lugar de mayor afluencia, y desde ahí tener un poco de recursos para volver a casa, mientras que los vehículos, concentrados en su indiferencia, circulaban a toda velocidad, convirtiendo su andar en una especie de ruleta rusa.
Mientras seguía caminando, Adolfo seguía preguntándose por que un niño como él pudo ser abandonado en medio de la nada, en tierra de nadie, si todavía ayer estaba jugando con sus primos, mientras aguardaba la víspera de la Navidad como cada año… y de pronto el tío Mauricio llegaba a casa en su motocicleta recién adquirida, gracias a su aguinaldo.
En los últimos instantes, recordaba que se subía a la moto, mientras iba de paseo alrededor de la manzana, y justo en el momento en que se disponían a dar otra vuelta, Julián, otro de sus tíos llegaba a la casa con varias bolsas y cajas de cartón, todas llenas de algunas vasijas de vidrio.
-¡Oye! ¡Oye, pequeño! ¿Qué haces ahí?
De pronto, una pareja detuvo su marcha al encuentro con Adolfo, extrañados por la presencia de un menor en un lugar como la carretera, caminando cerca del acotamiento. Llamaron a la policía para auxiliarlo, pero nadie se explicó cómo llegó hasta ahí. Ni Adolfo sabía.