
Sin credencial
Mientras esperábamos el turno en el banco para pasar al cajero automático, un hombre hablaba con una de las trabajadoras de la institución bancaria. Era un hombre cuyo aspecto reflejaba haber pasado por la desgracia, de uno de sus costados colgaba la cadena con la seguramente sujetaba al perrito que cargaba entre sus brazos.
Tras 10 minutos de espera, logré hacer en menos de cinco lo que necesitaba en el cajero, y justo cuando estaba dando la vuelta para salir del lugar, el hombre comenzó a levantar la voz, pueden tacharme de metiche pero, por esa virtud que tengo, ahora se enteran de lo que pasó. Pues el hombre gritó que no podía esperar, que necesitaba cobrar el dinero de un cheque que sostenía en sus manos.
En un momento, los elementos de seguridad se acercaron al individuo y la mujer aprovechó un silencio para explicarle nuevamente que no podía cambiarle el cheque sin una identificación oficial que el hombre no tenía… Entonces el grito fue más fuerte y claro “¡tarda un puto mes la ventanilla de las identidades, un puto mes en entregarme una credencial, cómo voy a esperar tanto si necesito mi dinero ahora!”.
Al verse más comprometido en cada segundo que pasaba, quizá por el prejuicio de la gente ante su apariencia, quizá por el grito de impotencia, o por el temor que despertó en algunos que con su mirada lo señalaron como delincuente, el hombre salió del banco y yo salí detrás de él.
Cada paso que daba hacia la salida era acompañado por una maldición, una mentada de madre o una ofensa hacia la ventanilla de identidades, hacia su desgraciada suerte por no tener la credencial, hacia la impotencia de cargar dinero que no puede materializar, y ya encarrerado no faltó la mentada para las instituciones, para el banco y para todo lo que tuviera ver con un procedimiento que en ese momento lo estaba dejando con un papel que respaldaba una cantidad de dinero que no podía cobrar.
En unos minutos, mi enojo en contra del hombre por sus formas, mi odio hacia sus reclamos y prepotencia, se convirtieron en comprensión, en empatía y en unas ganas inexplicables de hacer algo, sentía que la impotencia reventaría dentro de mí y entonces…
Sí, también grité, y lo hice con todas mis fuerzas “¡Putos bancos de mierda! Para endeudarte o darte tarjetas ni la identidad revisan pero para cobrar ahí están poniendo el pie cuantas veces quieren, para atender fraudes son negligentes, para cuidar el dinero son bastardos pero para cobrar o perjudicar ahí están mamando. ¡Chinguen a su reputisisisi….!”, así fue.
En barandilla, el José me dijo que para qué me había metido, que el cheque ni fondos tenía, pero por otra parte agradeció mi comportamiento, así comenzó nuestra amistad y también así nació una nueva revolución.