Sí, la vida tiene que seguir

Sí, la vida tiene que seguir

LAGUNA DE VOCES

Después de todo, la vida sigue. Aunque a veces no, para el que todas las mañanas, tardes y noches, espera a que llegue quien se fue; a que hable por teléfono, a que mande un mensaje, y cuente del nuevo viaje que apenas emprendió. 

Es cierto, todo lo demás continúa, desde el trabajo en la oficina, en la redacción para quien nos dedicamos al periodismo, en las calles, en la misma casa, porque se reanudan los trabajos cotidianos para sentarnos a la mesa del comedor y platicar, cuando se puede, de los aconteceres del día; recordar, a veces guardar silencio cuando el llanto se traba en la garganta, y traer a la memoria a quien se fue, lástima, angustia de nueva cuenta, cuando pensamos que, desde donde se encuentre, aprobaría este volver a caminar, asomarse a la existencia, después de una profunda oscuridad de la que uno, de plano, ya no quería salir. 

Pero la vida sigue, con un rumbo tan definido, que complica la voluntad de fincar la esperanza de que sea un simple paso a otro lugar, el que sea, pero otro, donde renazca el recuerdo sin dolor, el amor idéntico al momento exacto en que se vivió esa ceremonia de los adioses. 

Sigue y es algo que con seguridad nunca entenderemos, nunca podremos comprender, confirmar en ningún sentido, porque en estos tiempos ya nadie revive, nadie regresa de la muerte, y si acaso nos quedamos un poco, o un mucho difuntos, cuando perdemos a esos personajes fundamentales en nuestro andar cada vez más lento y apesadumbrado. Sin embargo, nos levantamos, deseamos sonreírle al día, a la mañana fría de estos días de noviembre, y con todo y los fracasos en ese intento de estas últimas semanas, sabemos que no hay remedio, que la cuerda que da ritmo a nuestro corazón, todavía no se agota, ni los hilos fosforescentes que permiten levantar la vista al cielo, esconder las ganas de llorar, y aceptar por un rato que, en calidad de autómatas, es más fácil, más sencillo, porque guardamos el alma, y con ello la necia idea de que aquí no termina, no puede terminar todo. 

Necedad sin embargo que es vital cuando pasamos por estos momentos de zozobra, de no poder afirmar como cuando niños, que llegado el momento iríamos directo a un cielo donde, ahora que lo pienso, nunca entendimos qué haríamos por una eternidad, que si se traduce su significado literal es para siempre, o lo que es igual, para nunca. 

Pero la vida sigue, y el gran trabajo es cómo ponernos de acuerdo, no con el recuerdo, no con un fantasma, sino con la absoluta realidad en que se transforma un ser amado, único, fundamental, que, en esos parámetros de la eternidad, puede estar a nuestro lado cinco, diez, quince, veinte, treinta, cuarenta años, hasta que, aquí sí, un día nos levantemos para decirle que sí, que está bien, que hay de nuevo esperanza, sueños que cumplir, sin que esto signifique olvido, ni nada por el estilo. 

Porque no se trata de olvidar, de confundir que el dolor ya pasó con arrumbar en un estante desconocido la voz, la risa de quien se fue. Por el contrario, es empezar a ser más como ellos, nuestros difuntos, con todo lo que convirtió su presencia en el legado más hermoso y único. Porque es cierto, no es el olvido, sino empezar a darnos cuenta, que cada vez somos más como papá, como mamá, como cada uno de los hermanos que murieron, como el hijo que se despidió aún niño. Eso es, ese es el camino, porque, para fortuna nuestra, heredamos lo mejor de cada uno de ellos, nos asumimos como su presencia en este planeta, y por lo tanto siguen vivos, porque somos ellos. Pero eso tarda, tarda mucho. Pero es real, es cierto. Y entonces, en ese instante, el corazón deja de padecer tanto dolor, el alma empieza a recobrar su forma única que transmite a otra generación nuestra memoria, nuestra sorpresa ante el universo, ante la muerte.

Sí, la vida sigue, la de ellos que se fueron, en nosotros.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta

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