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Servicio nocturno

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LA GENTE CUENTA

En medio de la noche gélida, a las afueras de un edificio, estaba Juan Martín, un hombre de figura menuda, escueta, tan sólo con una chamarra, y en sus manos sostenía un cigarrillo a medio consumir. Un hombre de traje se le acercó para solicitarle sus servicios.
    •    Claro que sí. Súbale

El muchacho apagó lo que le quedaba de su cigarro, ambos sujetos se subieron al automóvil. El conductor enciende el motor, y de inmediato avanzan hacia la gran avenida desierta.
    •    ¿Apenas va terminando de trabajar? – Juan intenta romper el hielo. 

    •    Sí – alcanza a decir el hombre elegante.

Del estéreo del automóvil surgían canciones del rock clásico en volumen bajo. Alrededor de ellos sólo había luces que iluminaban el asfalto, pero detrás de eso, sólo oscuridad.
    •    Supongo que usted va iniciando su turno, ¿no? -devolvió el favor aquel hombre. 

    •    Sí, señor. Digo, sólo trabajo en las tardes, pero hoy tuve que hacer un esfuerzo extra. 

El de traje mostró una mueca de intriga.
    •    ¿Ah, sí? ¿Tuvo que pedir permiso en su trabajo? 

    •    No, mi señor -Juan toma un aire de tristeza-. Mi hija está un poco enferma, y alguien tiene que conseguirle sus medicinas. 

Aquel hombre de negocios lanzó una mirada empática. Trató de cambiar un poco el tema.
    •    ¿Y no le da miedo trabajar a las altas horas de la noche, donde nadie ve nada?

El taxista echó un vistazo a través de los retrovisores, y después a una imagen de la Virgen de Guadalupe, que cargaba fervientemente.
    •    La verdad, señor… Sí, un poco. He leído en los periódicos lo que ha pasado en estos últimos días. Y para no irme lejos: uno de mis amigos lleva días que no aparece. 

El pasajero abre un poco los ojos, como mostrando sorpresa.
    •    Así es. El buen Luis lleva unos días que no aparece. Él es quien trabaja a estas horas. Su señora nos dice que según fue a ver a su madre, y que después de eso, quesque fue a hacer un servicio hasta un municipio que está a dos horas de aquí. No ha vuelto a su casa. 

Silencio. El hombre de traje sólo alcanza a gemir meditabundo.
    •    ¿Normalmente hace servicios hacía otros lugares? 

    •    No, mi señor. A veces lo más lejos que llegamos es hasta los poblados cerca de aquí, pero nada más. 

Durante todo el trayecto, el de traje siguió inquiriendo sobre el hombre desafortunado, al menos hasta que llegó hacia un fraccionamiento a las afueras de la ciudad. Pagó la tarifa y le agradeció la plática.
En cuanto el auto de alquiler se alejó, sacó un celular, marcó un número y esperó pacientemente a que le contestaran.
    •    ¿Ortiz? Hola, buena noche. Disculpa la molestia. Habla Andrade, de la división de desaparecidos. Oye, te tengo más información sobre el taxista desaparecido.