Ser presos del tiempo

Ser presos del tiempo

LAGUNA DE VOCES

Cuando amanezca y llegue la luz, con toda seguridad podremos mirarnos a los ojos. Será la oportunidad para comprobar que es cierto el paso de los años, que además del pelo blanco que desde hace mucho cundió como hierba mala que inunda los jardines, descubrimos que la cara empieza a llenarse de arrugas y, lo peor, nos empezamos a dar a la tarea de aceptar que el tiempo ya ganó, con todo y la actitud de retarlo y hacer como si cada uno de los golpazos que nos ha dado ni dolieron, aunque muy por dentro lloramos a la menor provocación, y el sentimentalismo no deja de agarrarnos por el cuello para convertirnos en los que confunden el recuerdo con la vida misma.

Es de suponerse que amanecerá, pero desde hace casi dos años no se ve una penumbra que al principio fue la mejor justificación para no distinguir la vejez a la que llegamos; a regañadientes, pero llegamos. Llegar es un decir de la manera más tranquila, que el viaje de los 50 a la siguiente década ha durado muy poco y que la mera verdad sucede lo de siempre: que cuando ya le agarramos el gusto a esto de vivir, se asoma amenazadora la que es puntual para dejar muy en claro que esto se acaba cuando se acaba.

La penumbra mantuvo el secreto de los que, como gatos, resultaron pardos y así se siguieron de frente con la esperanza de que nunca amaneciera nuevamente. Probablemente así suceda por el bien de la misma humanidad. A media luz, a veces menos, es posible incluso no darnos cuenta de quién vive y quién muere. Provoca una sana convivencia entre los difuntos y los que van por ese rumbo.

Preferible que no volvamos a ver los rayos del sol, que llueva, que el cielo se llene de nubes grises y a veces tétricamente negras. Preferible no ver una realidad que además ni existe, y quedarnos con el rostro de cada una de las personas que hemos conocido, y estar seguros que siempre serán como están en nuestros recuerdos.

Vivir entre sombras ofrece también la facilidad de escapar, en una de esas, del terrible tiempo, y por lo tanto de hacernos creer que la vida se extiende hasta la eternidad, aunque apenas escuchamos esa palabra decimos que mejor no, que así está bien.

Sin embargo, un día, ese que siempre llega sin avisar, el cielo se limpia de mugre, de tristeza, y deja ver que todo empieza a iluminarse, a cobrar vida, a caminar con entusiasmo al ritmo de la vida que regresa.

Nos miramos. Preferimos desconocernos. Ese con el poco pelo que le queda blanco o casi blanco, tapizado de líneas que le cruzan la frente, los alrededores de los ojos, de ninguna manera es uno. Hasta foto le toma al intruso del espejo, y para fortuna se cruza con uno de su generación que alarmado también porta su fotografía. Ambos se consuelan y aseguran que no, que no son ellos, porque gozan del influjo de los que se quedan con su imagen de veinteañeros. Pero son viejos, bastante viejos.

En la luz de la realidad, sin embargo, todos tienen la habilidad del consuelo con base a la mentira, de los buenos deseos.

Pero un hecho único y definitivo es que luego de subir con tantas complicaciones a lo alto de la resbaladilla, y mirar con 50 años cumplidos el horizonte de la madurez y la fuerza que todavía se conserva en esos ayeres, la bajada es tan del al tiro veloz, que nunca podemos creer que a la vuelta de la esquina se asoman los 60 y tantos. No, nunca.

Mejor esperar que llegue de nueva cuenta la penumbra, para mirarnos en un tiempo a lo mejor plagado de sufrimientos, pero esperanzado en aquello de que con el tiempo todo pasará. Y sí, todo pasará.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta

Related posts