Septiembre en la Cuarta Transformación

CONCIENCIA CIUDADANA

Llega Septiembre y con él las fiestas de México. Hoy más que nunca, nuestra Patria. El frío viento, los chubascos o los poderosos huracanes de la época no hacen mella en el ánimo popular, que ve acercarse las gustadas conmemoraciones dedicando tiempo y dinero a la compra de  banderas, medallones y guirnaldas con que adornar sus casitas o casotas; con el mismo empeño y persistencia que en el pasado reciente, cuando la esperanza de una nación más justa, independiente y generosa, amenazaba con perderse en la oscuridad de los tiempos, cuando  tales calificativos  se desgastaban y perdían su fuerza en labios de quienes incumplían la obligación de respetarlos y hacerlos respetar.
    Pero ese tiempo ya pasó, la Nación se salvó a sí misma de caer en un socavón más profundo haciendo en las urnas responsablemente lo que hoy expresará con todo entusiasmo en las plazas, calles y fiestas comunitarias o familiares a lo largo y ancho de su  territorio: la firme convicción de que México vive; que hubo entre nosotros gente buena, noble y generosa que nos dejó en herencia un trozo de tierra al que podemos llamar con toda propiedad “nuestro”; nuestro país, nuestra patria; el hogar común de todos los mexicanos, ricos y pobres, inteligentes o lerdos, buenos o malvados pero de todos y no solo de unos cuantos; y que podemos estar contentos de haber hecho la tarea y gritar a todo pulmón que somos libres y que nunca olvidaremos a quienes nos antecedieron en las luchas por hacer de ella una Patria generosa para todos.
    Hablar hoy, pues de independencia, soberanía o libertad tiene un significado distinto al que nos evocaban estas palabras hasta hace poco. Solo ha pasado un año, pero hoy pensamos de ellas de manera distinta al que le daban los usos y costumbres del viejo régimen. Y aunque las fórmulas protocolarias habrán de repetirse en los “gritos” de Independencia que se pronuncien por los gobernantes en turno, quienes las pronuncien y quienes las escuchan y respondan a sus llamado lo harán con un acento y un propósito distinto.
    Algunos, inducidos aún por los arraigados usos y costumbres a los que acostumbró el show mediático del pasado a sus teleaudiencias, donde las figuras centrales del evento, más que los llamados “héroes que nos dieron Patria” eran sus propias “estrellas” egolátricas frente a las cámaras pero ajenos al hecho histórico celebrado; acudirán a la plaza añorando tal vez esos tiempos en que lo importante era mirar “en el balcón central del Palacio Nacional” la figura del  presidente en turno junto a su consorte (también en turno), para invocar en medio de la parafernalia la vieja fórmula conmemorativa al dirigirse a la población expectante del grito y las campanadas.
    Otros -quizá todavía los menos-, se llenarán de emoción y orgullo pensando que, para lograr que el actual presidente  se encuentre en ese sitio histórico del acontecer nacional ha sido necesario recorrer un largo y sinuoso camino junto a quienes, como él, han entregado su vida, su tiempo y sus desvelos a hacer posible que esta noche del 15 de Septiembre, sea memorable por todos los lados que se le mire. 
    Quienes así lo hicimos, sea durante un tramo de esa gesta o más tarde en otras actividades y ocupaciones nos sentimos sinceramente satisfechos al habernos comprometido con una lucha en la que depositamos no solo nuestras convicciones y capacidades, sino nuestra fe y esperanza, sin las cuales nada grande y trascendente puede alcanzarse; razón por la que la lucha social no se limita a los fríos cálculos y análisis racionales sino a las emociones y expectativas que impulsan a los hombres y mujeres con hambre y sed de justicia a dar siempre más de sí, buscando alcanzar algo que a los ojos ajenos pueda parecer algo imposible.
    Pero se logró. Y hoy y para muchos otros años, venideros, esperamos que el Grito de Independencia sea una experiencia de vida totalmente diferente a la que prevaleció durante tanto tiempo. Porque hoy hay motivo para alegrarse hondamente y manifestarlo con toda la fuerza de nuestros pulmones y nuestro corazón; y  los nombres de Hidalgo, Morelos, Allende, Josefa Ortiz de Domínguez, Aldama y quienes guste agregar a la lista, al mencionarlos el presidente de la república, serán invocados en tiempo presente para recordarles que “estamos aquí con ustedes porque  ustedes están con nosotros, continuamos con sus ideales y sus luchas; lo suyo no fue una utopía y ustedes han vuelto a renovar el pacto por el cual hemos encontrado una nueva vida”.  
     Quienes  decidieron  en el pasado tomar distancia de tales arrebatos que hoy  nos conmueven a algunos, no podrán entender –es muy complejo-,  cómo es que, tras el supuesto fin de la historia y el triunfo de la ideología del mercado y la modernización que le acompaña, haya vuelto a resurgir el sentido  de lo histórico,  cuando lo esperado era  su extinción frente a la aparente evidencia de los beneficios del llamado nuevo orden mundial que, al final, fue derrotado y además, por la vía democrática convenciendo a los votantes de poner fin a sus excesos.
Pero fue esa justamente la razón que nunca pudieron comprender aquellos: que ni la falsa prosperidad, ni el control de las mentes mediante los placebos de la publicidad comercial, ni el garlito de un futuro  de prosperidad que supuestamente  habría de alcanzar a todos algún día fueron suficientes para impedir que los mexicanos, en un rapto de lucidez y voluntad, se decidieran por la transformación de la vida pública nacional, la cuarta después de la independencia de 1810, la reforma de 1857 y la revolución de 1910.
Pero así fue y para sorpresa y gozo auténtico de muchos hoy, Andrés Manuel López Obrador, quien encabezó los últimos doce años el vasto movimiento político y social que lo llevó al poder para mandar obedeciendo, estará en la mirada de millones de mexicanos quienes ya no lo verán  solo como una esperanza, sino como la realidad de un cambio  que fragua en acciones concretas al paso del tiempo.
Hoy, pues,  lo que suceda en el Grito tendrá un sentido diferente, más cercano a la gente y a sus aspiraciones y expectativas de futuro y hasta las chalupas, el pozole y los buñuelos –quiero imaginar- tendrán un sabor más auténtico y delicioso: el sabor amable de la Patria en nuestros labios.
¡Que viva México y los  hombres y mujeres que nos dieron Patria!
Y RECUERDEN QUE VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS CON NOSOTROS, ¡QUE VIVAN LOS DESAPARECIDOS POLITICOS!

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