
LAGUNA DE VOCES
Buena parte de la vida nos la pasamos en la tarea de diseñar todo tipo de señales que buscan, como punto final, el reencuentro con el principio de las cosas, y de este modo esperar que el final sufra un cambio tan radical que se olvide de nosotros. Es decir que a través de señales confusas creemos en la posibilidad de confundir a la muerte para que acuda a miles, millones de lugares donde se supone debe encontrarnos y no lo haga. Aunque sobra decir que acepta ese absurdo juego porque no es tanto el sitio de la despedida, sino la hora, la fecha exacta lo que para ella cuenta.
Pero insistimos hasta la locura en ese ejercicio, casi siempre ridículo, de querer engañar a quien no se puede engañar. Afirmamos incluso que en múltiples ocasiones logramos que pasara de largo, y se hiciera bolas con los escenarios, porque si no, nadie podría explicar el porqué sobrevivimos a una caída de cinco o siete metros, al choque en que acabamos boca abajo en el cofre del auto luego de romper con la cabeza el parabrisas, a la enfermedad que se suponía mortal, a esto y lo otro. Aseguramos que se trata de un caso único, pero sabemos que no es cierto, y es tan solo asunto de investigar, consultar a gente sabia, para caer en la cuenta de que simplemente se trató de suerte.
Porque, repito, la muerte llega por sobre todas las cosas en el momento exacto, ni un segundo de retraso ni adelanto. Por eso es que sabemos con absoluta certeza, que miles y miles de ahora difuntos, anticiparon que ya se iban de este mundo, y prepararon todas sus cosas para no dejar asuntos pendientes.
Suena raro, hasta feo, pero es el deber de todo ser viviente preparar su partida. Una cosa es que nunca nos gusta aceptar esa amarga realidad, otra que, en un plano de madurez real, debería dedicarse un tiempo importante para desatar lo que tenemos amarrado en la tierra, porque de otro modo se queda así, y dicen que, en el cielo, el infierno o a donde sea que vayamos a parar, no hay forma de deshacer tamaño enredijo.
Pero le decía que acostumbramos crear señales que confundan a la que vendrá por nosotros. Unas veces dejamos entrever que desde hace mucho tiempo que somos cadáveres, y suena absurdo que la parca quiera hacer que se muera uno que ya es difunto.
Funciona en ocasiones especiales, aunque dicen que sobre todo en tiempos que el cansancio pesa en los hombros de la poseedora de la guadaña letal. Es decir que nos otorga el beneficio de la duda, hace como que no nos ve, y pasa con andar lento y pesado a nuestro lado.
Otras, nos da por ser los que se meten tanto en el jolgorio de la vida porque no vale nada, y entonces todo el planeta se mexicaniza y es una fiesta sinfín y sin límites. La muerte no tiene predilección por los que gritan a los cuatro vientos que no le tienen miedo, porque sabe que son los más chillones y miedosos. Entonces les da el beneficio de la indiferencia,
Pero cualquier signo equivocado que se invente, al final no sirve de nada. Todo, absolutamente todo se acaba, y le eternidad de las emociones, de los amores, está reservada para quienes, lejos de temerle o amarla, simplemente la ven como semejante, igual de solitaria, igual de enamorada, igual de igual a todos los que tienen la creencia de que el amor cura contra todo mal, incluso el olvido.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta