Mochilazo en el tiempo
La esgrimista Pilar Roldán, primera mexicana en ganar una medalla olímpica, relata a EL UNIVERSAL cómo vivió su triunfo en la justa de México 68
DATO
Durante 50 años, Pilar Roldán practicó el otro de sus deportes favoritos: el tenis, siempre a la par del esgrima. Después lo dejó por el golf, donde también ganó campeonatos.
Esa mañana despertó empapada en llanto, envuelta en una inexplicable crisis nerviosa. Era el temor asfixiante de perderlo todo en un instante. María del Pilar Roldán Tapia tenía 28 años, pero ya llevaba 14 compitiendo en esgrima en varias partes del mundo. Aquel México 68 eran sus terceras olimpiadas.
El largo día de combates en la sala de armas construida exprofeso para la justa en los terrenos de la Magdalena Mixhuca colocó a Pilar dentro de las ochos mejores del mundo e hizo que recuperara la confianza. Aquel 20 de octubre de 1968, Roldán no había ajustado su ataque a ningún patrón de asalto, defensa o contraataque; se adecuó a sus rivales.
Silencio. Acción. Drama. Nadie movió un solo músculo. Los dos esbeltos cuerpos femeninos, en uniformes blancos, se encontraron de frente. Extendieron sus floretes. Los movimientos fueron instantáneos. La sueca Kerstin Palme tuvo el primer toque, después Roldán hizo dos toques consecutivos, de repente el empate. Pasaron cinco minutos cuando llegó el toque de la victoria. Un rugido ovacionó el resultado final: medalla de plata para México. Pilar se convertía en la primera mujer mexicana en ganar una medalla olímpica y en la primera esgrimista de América Latina que subiría al podio.
“Para mí ser la segunda, tercera mujer medallista mexicana me es igual. Ni siquiera sabía que era la primera. Lo que importa es el esfuerzo, el entrenamiento y lo que se logra con eso”, dice a EL UNIVERSAL, desde Quintana Roo, donde vive desde que dejó la presidencia de la Federación Mexicana de Esgrima a finales de los 80.
Pilar esbozó una extraña sonrisa cuando recibió la medalla: una mezcla entre el orgullo y el adiós. Con un brindis en su hogar culminó su carrera en la esgrima. Al día siguiente se entregó su familia. Su esposo e hijos la esperaban.
La mosquetera tenista
En su casa sólo se hablaba de tenis. Su padre, Ángel Roldán, fue uno de los raquetistas mexicanos más destacados. Su madre, María Tapia, también era tenista y fue tres veces medallista en Juegos Centroamericanos y del Caribe. Pilar llevaba el deporte blanco en la sangre. Pero pronto dejó de empuñar la raqueta para tomar un florete y cumplir así su sueño de ser una mosquetera, una de las espadachines de la obra de Alejandro Dumas: “Los Tres Mosqueteros”, que recién había leído.
Con 13 años, en 1952, la joven Pilar les pidió a sus padres que la inscribieran en clases de esgrima. Tuvo la suerte de que el italiano Eduardo Alajmo, de reconocida calidad a nivel mundial, regresaba de la olimpiada de Helsinki y aceptó ser su profesor. Pilar no fue su única alumna, también lo fue el padre de la espadachín, quien se dejó enamorar del entusiasmo de su hija por el deporte de la espada. Así, su hogar se convirtió en un dos por tres en una sala de armas.
En menos de año y medio, Alajmo lanzó la sentencia: “Estás lista para competir”. Entonces, la joven de 15 dejó de jugar a que era una mosquetera para probarse en competencia. “Cuando él me dijo eso, le gané a todas”, dice sonriente Pilar.
Su debut ocurrió el 12 de marzo de 1955 en los II Juegos Panamericanos que se llevaron a cabo en México. Después participó en varias competencias nacionales e internacionales, éstas costeadas por sus padres.
Desde entonces coordinó la raqueta y el florete; la primera le daba fuerza en los brazos y coordinación, mientras que el segundo le daba mejores reflejos y mayor seguridad en sí misma.
Pilar recuerda con felicidad las olimpiadas de México 68. Su voz es como sus ataques con el florete: concisa, directa. Son las olimpiadas más hermosas que ha visto, dice, y cree que en la actualidad los esgrimistas, al menos en México, cuentan con más apoyo aunque sus exigencias —como las lanzadas en estas olimpiadas de Río 2016— son importantes. Por eso, cuando ella regresó al esgrima en 1984 —ya sus tres hijos habían crecido— fue nombrada presidenta de la Federación Mexicana , donde con los 40 mil pesos que le asignaron de presupuesto realizó cinco torneos internacionales cada año en los cuatro que duró su gestión.
“En México hace falta fogueo”, lanza certera Pilar.
Aunque dejó definitivamente la esgrima en 1989, no así el deporte —el tenis lo practicó por 50 años— y en la actualidad, a sus 76 años de edad, juega golf —donde también llegó a ser campeona en doble A— y nada en el mar de la Riviera Maya tres veces por semana; además navega en velero.
Y en la Sala de Armas donde María compitió, ya no dan clases de esgrima, ahora practican básquetbol.