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RETRATOS HABLADOS

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La esperanza, aunque inventada, nos salvará

  • Porque todo se podrá soportar menos que alguien salga a confirmar que efectivamente: el cielo está negro

¿Qué hubiera pasado si apenas empezada la pandemia del Covid-19 nos hubieran informado que necesariamente morirían más de 25 mil personas en el país, y en términos reales nunca regresaríamos a esa supuesta normalidad existente antes de la enfermedad?

Vaya pues, la verdad y nadamás que la verdad en estos casos y en muchos otros, tiene como efecto directo que una sociedad en su conjunto cambie para bien, ¿o todo lo contrario?

Porque todo se podrá soportar menos que alguien salga a confirmar que efectivamente: el cielo está negro, viene una tormenta y con toda seguridad muchos quedaremos ahogados con la cara al firmamento. Luego entonces surge el reclamo inmediato: “te pagamos (o te elegimos en su caso) para que nos inventes esperanzas, soluciones milagrosas que no lo son pero que por lo menos mantienen la fe en que algún visitante extraterrestre llegará con la vacuna, la cura, la certeza de que aguantamos hasta unas horas antes de que todo eso apareciera. Que morimos sí, pero aguantamos vivos porque creemos”.

Creer, aceptar lo inverosímil, aceptar absurdo tras absurdo como cuando esperábamos a que pasara el domingo y el lunes, casi con hora exacta, el virus llegaría cuando se avisara desde la caseta México-Pachuca que se le había visto en un automóvil sedán blanco con placas de la CDMX; que saludó incluso al cajero que cobra, y con todo y que se le veía de buen semblante, adelantaba que se llevaría a muchos de una entidad como la nuestra.

En realidad solo se le ha visto con microscopios de gran capacidad. En realidad es un desajuste que ajusta la descompuesta realidad que vivimos en una normalidad inexistente. En realidad pocos de los que ya padecían de manera descontrolada la diabetes, obesidad, hipertensión, males pulmonares y otros, tenían oportunidad desde que todo esto empezó; y muchos otros, todas para no sucumbir.

Por eso los informes cotidianos en este tipo de casos, en desastres mayúsculos producto de terremotos, huracanes, crimen organizado, dedican todo su esfuerzo a la administración de la tristeza, porque de otro modo nadie sobreviviría a tragedia alguna si nos hubiéramos acostumbrado a los datos descarnados, crudos, realistas a ultranza sin ápice de posible solución.

“Morirán los que tienen que morir; vivirán los que tienen que vivir”, hubiera sido el eslogan de una política de verdad descarnada, y que con toda seguridad habría contabilizado por adelantado los que se irían por simple terror, por el simple efecto de la sinceridad.

Dejar el mundo de este modo, habría terminado con la raza humana, cansada de nacer para completar el rito absurdo de dar vuelta a la noria y un día desaparecer sin más ni más, porque en los datos que ofrece la descarnada realidad de los sentidos así suceden las cosas, así nos sucedemos y así desaparecemos sin razón alguna, sin razón tampoco para quedarnos.

Dar por hecho que el destino infausto nos condena a ir por un camino donde un fantasma puede echarnos de lo que jurábamos era una realidad de principio a fin, nos condena de antemano a la desesperanza.

Y por eso invocamos la magia precisa del diminuto personaje del universo que somos nosotros, capaz de convertir la vida y muerte en un cielo estrellado de conjuros capaces de crear un destino particular para cada uno de los miles de millones de seres humanos, y por lo tanto elemento fundamental que no puede desaparecer simplemente sin dejar rastro de su existencia. Y por lo tanto capaz de tener esperanza, exigir esperanza, mendigar esperanza… aún a costa de la verdad.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta