- Adiós a la normalidad de la simulación
Uno de los elementos fundamentales del ejercicio político aquí y en cualquier parte del mundo es la simulación. Porque pueden amenazarse unos a otros en un evento multitudinario, retarse a un encuentro pugilístico-ideológico, calificarse unos a otros como la peor alimaña que haya habitado el planeta, pero todos sabemos que al final bien pueden verse en un abrazo cordial para invitarse a desayunar, comer o cenar como si fueran camaradas de toda la vida.
Acostumbrados a estas escenas, de pronto descubrimos que en la calle, en todos lados, se pasea un personaje que no amenaza, que espera paciente a los que se descuidan por un solo instante, para intentar a toda costa agregarlos a las estadísticas fatales de los que pensaron que el virus con corona era producto de conspiraciones interplanetarias. El mentado virus no acostumbra simular, y sí en cambio aporrear hasta la muerte al que pretende burlarse de su letalidad.
Por eso se extrañan las funciones que siempre convocaban a cientos, miles de seguidores en circos de tres pistas que al igual que en las luchas, colocaba en el centro del escenario a rudos contra técnicos, con todo y que ni los rudos eran rudos en serio, y menos los técnicos. Pero resultaban divertidos con tremenda hemorragia de salsa cátsup que les escurría de la cabeza; criminales patadas voladoras que nunca tocaban al oponente que sin embargo se revolcaba como si hubiera sido alcanzado por un rayo; topes voladores, golpazos contra el poste de las cuerdas. Resultaban divertidos porque todos sabían que todo era fruto de una soberbia actuación.
Unos afirmaban que de resultar ganadores pondrían en un santiamén tras la rejas a los del bando contrario, a quienes acusaban de corruptos, tranzas, tepocatas, víboras prietas y otras cosas. Y ya ganadores perdonaban como buenos cristianos, a los que se supone refundirían en a cárcel. El público reía porque había disfrutado todo el teatro previo, lo había aplaudidos y hasta con su voto los había hecho diputados, senadores, etcétera.
El gran teatro de los gesticuladores servía de igual modo para hacer que el enojo, la rabia de muchos años tuviera una válvula de escape. Resultaba siempre un lugar propicio para mentar y rementar madres a los que consideraba culpables de todo. Nada mejor que esas bonitas funciones en la arena del país.
Sin embargo a estas alturas del encierro, todos empiezan a preguntarse cómo van a ser los futuros encuentros de rudos contra técnicos, si con eso del virus no habrá llenos de ninguna especie, mucho menos venta de cervezas, y seguramente tampoco se permitirá que hagan como quedan bañados en sangre de salsa de jitomate.
Buena parte de la cultura política que hemos conocido ha hecho hincapié en el arte profesional de las simulaciones, donde afirmaban hasta hace poco que los amigos no son reales y por lo tanto importa poco importaba cultivarlos, pero los enemigos sí que lo son, y por eso vale más mantenerlos cerca.
El coronavirus vino a modificar todas las costumbres, usos se agrega, con las que dábamos por hecho que todo debía ser de esa manera hasta el infinito.
Vemos que no será así, que nunca regresaremos a la normalidad que les anoto, igual que a las otras y que son las que cada quien cultiva.
Tendremos que inventar nuevos circos con pistas dobles, porque hoy en día hay poco qué ocultar cuando las multitudes desaparecieron y las campañas tendrán que ser casi de tú a tú, imposibilitando los siempre aplaudidos actos de prestidigitación.
Así que en estos días de enclaustramiento, no pocos debieran dedicar esfuerzo a inventar nuevas llaves, golpes, heridas (todo fingido por supuesto), porque el respetable, es decir el público, no se conformará con poco espectáculo a partir de ahora.
La bella y feliz normalidad está por desaparecer.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta