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RETRATOS HABLADOS

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AMLO, todavía es tiempo de los ideales

El poder cambia necesariamente al que lo ejerce porque simple y sencillamente no es el mismo quien aparece en la campaña política, que quien logra el ansiado cargo de elección popular. No puede, no debe ser el mismo, porque de poco sirve un personaje bonachón y dispuesto a cambiar todas sus decisiones ante el consejo, nunca ajeno de intereses del colaborador cercano, el medio de información, el grupo de intelectuales, etcétera, etcétera.

En teoría el pueblo debe ser su única guía, y digo en teoría porque en la realidad no existe nada que encarne al pueblo como tal, y mucho menos cualquier consulta puede descubrir sus deseos. De tal modo que se tiene que caminar con la intuición y la mejor intención de interpretar al votante mayoritario.

Una inmensa mayoría de nuestros Presidentes de la República han ejercido el poder casi de igual manera, si acaso con la diferencia de su personal estilo de hacerlo como señalaba Cosío Villegas. Pero en el fondo hay pocos cambios.

Lo que marca la gran diferencia entre los seres humanos que acceden al primer cargo de responsabilidad de la nación, es el bagaje de ideales, sueños, anhelos con que lucharon y llegaron al cargo, pero sobre todo la capacidad para mantenerlos aún a costa del bombardeo persistente que tendrán sobre ellos de quienes alcanzan a observar que la intención de cambio va en serio.

Todo cambio genera resistencias, y me refiero al cambio real. Resistencias que también son lógicas, porque nadie se pone feliz de que esto suceda si es el primero en sufrir afectaciones a lo que mantenía como un modo de vida que consideraba escrito hasta la eternidad.

Andrés Manuel López Obrador se ha equivocado, sin duda, en muchos aspectos, pero no en todos, y mucho menos en su intención de lograr dar vida a una revolución no violenta que haga justicia a los más, es decir los que de manera eterna han estado olvidados, y a partir de ello construir un país que logre aspirar a ser la potencia mundial en todos los renglones que todos soñamos de un modo u otro.

No es tarea fácil y ajena al riesgo de que todo derive en situaciones aún más críticas de las que pretendía resolver; pero aceptar que todo se quede como estaba, sería sumar un sexenio más a supuestos cambios que nunca lo fueron como fue el caso de Fox y Calderón.

Está de moda tundirle con todo lo que se tenga a la mano al Jefe de la Nación, a tratarlo de ignorante, necio, senil y otras lindezas. Algunos ya exigen su inmediata salida de la presidencia, y otros de plano ya lo despidieron en su estilo de patrones, por supuesto sin posibilidad de liquidación.

Sin embargo pocos personajes han llegado al cargo con tanta vocación por hacer realidad el ideal de un México más justo. Sinceramente nadie verá en sus acciones la intención cotidiana de hundir al país, como tampoco la tuvieron la mayor parte de sus antecesores. 

La pandemia del Covid-19, hoy eje central de todos los señalamientos, implica no solo las acciones para enfrentarla, sino las que tienen que ver con lo que suceda después, y nos referimos fundamentalmente a la reactivación económica.

No es el tiempo para los que a toda costa impulsan un linchamiento que culmine con la destitución de López Obrador. Tampoco intentar que germine la idea que después de todo los que estaban antes, aunque dedicados al saqueo del país, no eran tan malos como el actual. 

Es un absurdo condenar al que impulsa una gestión cimentada en los ideales, hace tanto tiempo desaparecidos de Palacio Nacional. Hay sueños de justicia que nunca fueron escuchados. 

Todavía es tiempo. Así lo queremos creer.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta