* Después del encierro, la huída
Primero juramos que terminado el encierro seríamos mejores personas, disfrutaríamos la vida con el estilo ese de “aprovechar cada día como si fuera el último”, construiríamos una existencia de biografía en la que dejáramos testimonio a la posteridad, de lo mucho que habíamos aprendido cuando la muerte rondaba nuestro entorno. Fue ese momento exacto en que por todos lados se hizo moda aplaudir a las enfermeras y médicos, y no faltó quien los llamó “guerreros”, porque resulta que esa palabra se hizo moda desde antes, cuando de llevar consuelo al enfermo se trata. Guerreros y guerreras por aquí, por allá, por todos lados.
Todos los que juraron cambio absoluto en su errática vida, de pronto cayeron en la cuenta que iban a pasar no semanas sino meses enteros para poder salir de nuevo a la calle y esperar a que el olvido se llevara sus promesas. Como escribió el fabulista guatemalteco-mexicano, “cuando despertaron todavía estaban ahí”, y justo ahí fue cuando empezaron las complicaciones.
Porque una cosa es jurar a los cuatro vientos y hasta hincado con dos ladrillos en cada mano que seremos otros pasadas 24 horas, y otra cometer semejante barbaridad y tener que ver ante quien se hizo tal acto de contrición a la mañana siguiente, a la que sigue y así hasta completar dos o tres meses sin posibilidad de salir a ninguna parte, y por lo tanto la exposición ante el jurado que exigirá a detalle en qué jijos consistía su compromiso.
De tal modo que lo que en un momento funcionaba para lavar la conciencia negra y chamagosa, resulta que ya no tiene efecto alguno y por el contrario, da origen a compromisos poco menos que si se firmara en blanco una carta de responsabilidad del delito que tengan a bien endilgarle al que plasmó su rúbrica, en momentos que estuvo seguro la huesuda vendría por él o ella de manera irremediable.
Algo así ha pasado en centenares, miles de hogares, donde la sensiblería tocó a la puerta y pasó como “Pedro por su casa”. Y ahí justo en torno a una plática semejante a las intervenciones que se realizan para que los borrachos dejen de serlo, todos decidieron que era momento para abrir el corazón y un baúl de secretos para estar listos en el momento que fuera necesario ir de la mano con la parca ojerosa y tenebrosa.
Lágrimas de por medio, abrazos perdonadores, ojos iluminados, porque de pronto otro sería el futuro, si es que lo había; además que con el alma reluciente todos tenían guardado un lugar en el paraíso, que como quiera de esa despedida nadie se escapa por más que uno se esconda.
En algunos casos, todo fue a pedir de boca, de tal modo que la posteridad en muchos hogares hoy mismo reconoce la memoria del que ya no está, de la que ya no está, y muy en secreto también se reconoce su honestidad, su abrir el corazón y dejar verdades como herencia.
Pero en otros, y qué bueno sean la mayoría, no pasó nada y todos siguen tan campantes como al principio y en la tarea descomunal de borrar esa tarde, en que por el miedo al inexpugnable futuro, convocaron a la intervención de la verdad.
Descubren con sorpresa que sólo una secta cerrada de personas no han cometido ni cometerán semejante error, porque hasta la tumba juraron que se llevarían cualquier tipo de secretos impronunciables. Por eso se les ve en sus tareas cotidianas de ponerle el pie al que se deja, de hacer las declaraciones absurdas de siempre en que exigen limpieza y pulcritud en el manejo de dinero al otro, cuando están embarrados hasta el corazón de porquería. No son mortales como el resto, se dedican a la política.
Pero los que sí lo son, resulta que para estas alturas ya no saben qué hacer, dónde esconderse, y seguro algunos huirán de la cuarentena con rumbo desconocido, no para salvarse ni mucho menos, más bien con el único objetivo de que pasados unos años puedan volver a ver a los ojos con quienes pasaron meses y meses en enclaustramiento.
Mil gracias, hasta mañana.
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@JavierEPeralta