RETRATOS HABLADOS

De encierros y amor
    •    “Morirse justo ahora, ahorita como se dice en México, no puede dar como resultado nada bueno”


Luego de una operación, por lo regular el doctor ordena al paciente se quede guardado en casa unos días: pocos si la intervención fue menor, muchos si alcanzó el grado de complicada. De tal modo que se entiende que por haber estado enfermo tendrá que guardar cama, pero fundamentalmente aislarse del resto de sus congéneres humanos. Puede manifestar a la vuelta de unas cuantas horas su hartazgo, fastidio por no ver más que cuatro paredes, una ventana y la televisión, de la que también acaba hastiado con todo y Netflix, Amazon y cosas por el estilo. Sin embargo se consuela porque la enfermedad fue la que lo llevó a su encarcelamiento en el hogar.
    Resulta otro asunto cuando sin estar mal de salud, pero la seguridad de que podría estarlo si no atiende la indicación de quedarse en su casa, de pronto descubre que lleva más de una semana sin asomar la cabeza a la calle, y mucho menos a los centros comerciales que tanto disfrutaba los fines de semana sin comprar absolutamente nada, porque para hacerlo se necesita dinero y con o sin virus de por medio, una buena parte nunca tienen excedentes para darse gusto alguno.
    Por fin se da cuenta que salir de casa para irse a encerrar a una plaza techada y cerrada por todos lados, prácticamente es lo mismo que hoy experimenta, con la salvedad de que en estos días la multiplicación de enfermos y muertos lo espanta hasta la psicosis, peor si ya rebasó los 60 años, terrible si es diabético, horroroso si además resulta hipertenso y está pasado de peso. De repente se siente moribundo, con un paso en el más allá, y se da a la tarea de hacer un resumen de su existencia, regularmente con saldo negativo.
    Así que morirse justo ahora, ahorita como se dice en México, no puede dar como resultado nada bueno. Pero tiene tiempo de pensar y volver a pensar lo que ha hecho o dejado de hacer ya como sexagenario con credencial del Inapam, y a veces un carácter de los mil demonios porque es común que la frustración se presente en esta etapa de la vida.
    Sin embargo, y por supuesto, el encarcelamiento voluntario al que todos decidimos someternos también empieza a generar un profundo orgullo de quienes lo practican con puntualidad: el orgullo por descubrir que no solo lo hacen por ellos, sino por los otros, que primero pueden ser los integrantes de su familia, pero al poco tiempo se extiende a quienes simplemente no conoce y tal vez nunca conocerá.
    Es decir que se trata de un gesto pleno de compasión, de amor, de sentir en carne propia un sentimiento que nunca se pensó abundara con tanta naturalidad, y mucho menos en situaciones tan críticas.
    Resulta también fundamental precisar que quienes no se quedan en casa, en su inmensa mayoría son muestra aún más clara del amor entrañable por sus semejantes, porque salen con todo y los riesgos que esto implica, a ganarse la vida como se dice, a buscar los recursos económicos que le permitan mantener a su familia, que regularmente vive al día.
    Para fortuna de todos, lo que priva es un profundo y sentido sentimiento de amor hacia los semejantes, porque más allá de la politiquería que como siempre busca sacar provecho de la situación, lo que está a prueba no es si funciona en el país una nueva Transformación de la vida; si en el vecino del norte, el orate que tienen como Presidente logra afianzar su reelección, si un sistema político-económico y social triunfa sobre otro.
    Lo que está a prueba es el ser humano, al que solo puede salvarlo el amor.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta   

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