* Jacobo y las Meditaciones del Quijote
Pocas veces la aseveración del filósofo español José Ortega y Gasset, “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escrita en las “Meditaciones del Quijote”, tiene tanta posibilidad de ser aplicada como en la vida del ahora extinto periodista Jacobo Zabludovsky.
Porque indudablemente el hombre que conocía palmo a palmo el Centro Histórico de la ciudad de México, debe explicarse de acuerdo a las condiciones que lo rodearon a lo largo de su carrera, a partir de lo cual realizar juicios lapidarios sobre su labor, necesariamente toma una parte por el todo.
Jacobo no puede explicarse únicamente por la etapa en que fue considerado como el “Monstruo Sagrado de la Televisión”, y sí en cambio también por la que abrió las puertas de la radio a un Andrés Manuel López Obrador, cuando la tendencia era a coparlo con furibundos ataques y descalificaciones.
Todo ser humano vive diferentes momentos en su existencia, y quien diga lo contrario miente. No hay puros y divinos, como tampoco prostituidos y demoniacos. Es una tendencia que algunos asumen, bajo el entendido de que ya decidieron autonombrarse los inmaculados, aun cuado en muchos casos es el rencor, el enojo mismo con la vida lo que los guía.
Zabludovsky vivió una etapa de claros y oscuros cuando dirigió durante largas tres décadas el noticiario de televisión más importante del país. Difícil sería negar la línea institucional, a veces hasta de complicidad con el poder absoluto que en ese tiempo se manejaba desde la Presidencia de la República. Sin embargo entonces, igual que hoy, las circunstancias determinaban los derroteros que podría tomar quien decidía enfrentar el orden establecido.
Pero, a pesar de lo anotado, imposible negar que fue un tiempo en que mantenerse como reportero, excelente entrevistador, mantuvieron a flote la vocación para ejercer este oficio. Vaya pues que en todo ese mar proceloso, logró sobrevivir por la simple y sencilla razón de que era periodista.
A su salida de Televisa, la enfermedad que empezó a perseguirlo, Jacobo se convirtió en uno de los conductores de radio y articulista de medios impresos, más abiertos a dar voz a quienes en otros espacios simplemente estaban vetados.
El periodista en toda su magnitud logró convertir el noticiario “De una a tres”, en un lugar único por el cabal conocimiento que tenía del país, de la capital, de sus lugares, de la historia de la que él mismo fue parte.
Así las cosa, el hecho sustancial es que todos y cada uno de los personajes vitales de nuestra vida en particular, desde periodistas como Scherer, Granados Chapa, Leñero, hasta poetas y por supuesto la memoria lleva a José Emilio Pacheco, se han marchado.
Es como quedarse en un teatro al que fuimos convocados, por edad, por lo que usted quiera, donde de pronto todos los actores principales decidieron irse, y a estas alturas resulta complicado pensar siquiera que por ahí se asomarán relevos. No llegarán, y si acaso lo hacen, será en un nuevo escenario, con nuevos espectadores, con todo nuevo. Pero nosotros ya no pertenecemos a esos lugares, simplemente empezamos a ser extraños.
Algo lastima por eso a los que tenemos arriba de 50 años, algo nos dice que de pronto gustamos hablar de héroes que muchos jóvenes simplemente conocen de oídas, o como parte de alguna vieja historia que ya no les resulta atractiva ni vigente.
Es decir que el tiempo pasa. Y que nos quedamos con nuestros recuerdos, lo que vivimos, lo que vimos, y lo que hoy por fin comprendemos sin rencores, sin odios, sin actitud de semidioses que dirigen juicios lapidarios, absolutos.
Cada cual vive su vida como puede, esa es una conclusión simplona tal vez, pero es la realidad. Hacemos lo que está en nuestras manos, a veces poco o nada para los que gustan dirigir dardos crueles sin mirarse a la cara, pero es lo que podemos.
El hecho es que la vida se lleva día con día la certeza que tuvimos un día de que seríamos eternas.
Ayer murió también el escritor Gustavo Sainz.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
twitter: @JavierEPeralta