¡Felicidades, todo es asunto de redescubrir el mundo!
A veces uno se tarda décadas enteras en recuperar el valor esencial de la Navidad. Pasan años y años sin redescubrir la razón que de niños nos llevaba a pensar en estas fechas como las únicas en que era posible tener la seguridad de que lo imposible era posible, que bastaba con desearlo para que algo que atribuíamos a la magia otorgara plenos poderes de ser real a lo que con tantas ganas deseábamos.
Por décadas enteras dimos por perdida la partida contra el destino, y sólo quedaba la melancolía y nostalgia por lo que se había ido para nunca volver a regresar. Aceptamos esa condición y nos resignamos a que tal vez en la última hora de la última Nochebuena que tuviéramos en la Tierra, de pronto reaparecería ese misterioso ingrediente que de niños nos amarró al mes de diciembre.
Hasta que tienen que suceder hechos tan concretos y tangibles que no dejan espacio a duda de ningún tipo, y empezamos a comprender que todo tenía que ver con la vida, la que tenemos a la mano para amar con profunda convicción cada instante que aún nos sobra cuando ya arañamos los 60, y nos guste o no, seremos integrantes de nombre y grado de las fuerzas de la Tercera Edad, o lo que es lo mismo arribar a la antesala de espera para el vuelo final que siempre deseamos sea al cielo.
Todos los amigos que hice en la existencia, pocos sinceramente, ya rondan las seis décadas y algunos las rebasaron hace bastante tiempo. Es decir que ya somos viejitos, unos más visible en el rostro y otros en el andar, y por lo tanto con la posibilidad de haber entendido a estas alturas en qué consiste todo esto de la vida humana.
Por principio de cuentas, me cuentan algunos de los que les menciono, sabemos con absoluta certeza que no puede desperdiciarse el tiempo en amarguras, rencores y mucho menos desamores. Es deber amar con todas las fuerzas que nos quedan, por la simple y sencilla razón de que ya no habrá nuevas oportunidades, que hace muchísimo dejamos atrás los 20 y tantos años, cuando era posible un arrebato de enojo y esperar contentarse pasados cinco. Hoy en día nadie asegura que se llegue vivo al plazo auto impuesto para recibir la disculpa y otorgar el perdón.
Sólo hay tiempo para aplicar la alegría única y definitiva de cuando éramos niños, compartirla, hacer sentir bien a quien nos rodea y ser honestos a la hora de amar, a veces incluso sin que nos amen. La tarea primordial es amar.
Ese es el misterio que rodeaba las navidades de la infancia: sabíamos amar porque la lección fundamental para hacerlo seguía fresca en la memoria, con sólo seis, siete, ocho, nueve o diez años de vida.
Nos damos cuenta que no es asunto de convertirnos en niños porque es un absurdo, sino recuperar la memoria, saber que llegamos a la vida con fórmulas únicas de cariños, con agradecimiento cierto porque de alguna forma todo sucedió para abrir los ojos y ser, estar vivos, abrir la boca y respirar.
Mañana que es Nochebuena, le invito, sea o no de la edad de mis ruquitos amigos, a que mire con ojos honestos y sinceros la vida, abrace a sus hijos, si los tiene, a sus nietos, a la mujer que adora con todo el corazón y les diga que finalmente ha comprendido el misterio de estas fechas, y el por qué anima tanto al ser humano para lo que resta del año: el amor.
Es cierto, somos navecitas botadas al mar con lo que parecieran nulas posibilidades de sobrevivir, pero sobrevivimos, lo hemos logrado con creces y prueba de ello es que con los ojos puestos en llegar a la década seis, nos sonreímos, nos damos esperanza de que lleguaremos más lejos.
Porque además nos interesa vivir; nos interesa ver cada mañana, cada tarde, cada noche, los ojos de las personas que amamos y nos aman. Nos interesa aguantar hasta donde se pueda para esperar que amanezca y sentir que estamos simple y llanamente vivos.
¡Felicidades, a todos nuestros lectores, un abrazo de todo corazón!
Mil gracias.
Hasta mañana.
jeperalta@plazajurez.mx
@JavierEPeralta