RETRATOS HABLADOS

* El día después

Cuando una persona muere, y el saldo de su vida no ha sido tan digno como se hubiera querido, sus más cercanos siempre se preguntan: ¿qué cuentas le va a dar a Dios?
    A muy pocos días de que concluya el período de campañas políticas y que empiecen los días de guardar, es decir de reflexión, no pocos mexicanos se preguntan, ¿qué cuentas vamos a entregar a nuestros hijos, si no logramos distinguir la diferencia entre una elección y el peligro que implica distanciarnos y desembocar en un odio eterno por no pensar lo mismo? ¿De verdad vale la pena marcar distancia de los amigos, los parientes, los mismísimos amores porque no comulgan con nuestras creencias políticas? ¿Habrá espacio el 2 de julio para el principio de la reconciliación?
    Algunos argumentan que estamos ante un momento histórico, y como todos deseamos trascender a nuestro fugaz paso por la vida, de pronto creemos que es real que de alguna forma nos meteremos de contrabando por el simple hecho de asumir actitudes radicales, opiniones que no deben ser objetadas.
    Sin embargo no es así. La historia se escribe a paso lento, consume generaciones, y casi siempre resulta ser un producto manipulado por los que resultan vencedores, sin que esto garantice el cumplimiento de ningún ideal. La historia regularmente es una suma constante de contradicciones, donde nunca aparece aquellos que cita Silvio Rodríguez, “apiádense del hombre que no tuvo, ni hijo, ni libro, ni árbol, ni nada”.
    Somos una inmensa mayoría los que encajamos en esos personajes para los que el cantautor pide piedad, y nadamás por esa razón tenemos la responsabilidad de no permitir que una elección que finalmente resulta ser un suspiro en el acontecer histórico, marchiten nuestra capacidad de amar, de perdonar cuando sea necesario, de reconocernos en otros por los sueños simples y sencillos.
    Hay una iniciativa que el actor Diego Luna difunde a través de las redes sociales que se llama El Día Después. Y ese día después debe ser sin duda el principio de muchas cosas, pero fundamentalmente del corazón abierto para volver a caminar por un mismo rumbo, gane quien gane, haya votado por quien haya votado, el hermano, el amigo, el conocido, el vecino.
    Nada puede ser más valioso que la capacidad de reiniciar el camino sin odios ni rencores de ningún tipo. El principio básico de una elección es el reconocimiento al que triunfó con todo y que pueda ser lo opuesto a nuestras creencias.
    Debe preocuparnos por eso el amanecer del 2 de julio, porque marcará en muchos sentidos, aquí sí, el proceso histórico de la comunidad en que vivimos y viviremos hasta el día en que tengamos que partir.
    El diminuto espacio que nos fue asignado en el tiempo, no puede ni debe traducirse en el acumulamiento de rencores, y menos por diferencias políticas. Sería absurdo desperdiciar el milagro de existir en buscar a toda costa destruir a un enemigo que de pronto inventamos en los períodos de campaña.
    Es pues el momento, el tiempo justo para indagar en torno a lo que pasará después del día de la elección.
    Es cierto, atrás de todo este tinglado puede haber intereses oscuros, tétricos incluso, pero no podemos quedarnos estacionados en el odio.
    Toda competencia siempre funciona como la posibilidad de exorcizar todo lo que cargamos, es un rito constante para dejar de lado lo que nos separa. Pero por ninguna circunstancia puede traducirse en la instalación permanente de esa actitud en nuestras vidas, porque si no, de nada habría servido.
    Así que incluso más importante que la jornada electoral, será lo que pase al otro día en cada uno de nosotros.

Mil gracias, hasta el próximo lunes.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Somos una inmensa mayoría los que encajamos en esos personajes para los que el cantautor pide piedad, y nadamás por esa razón tenemos la responsabilidad de no permitir que una elección que finalmente resulta ser un suspiro en el acontecer histórico, marchiten nuestra capacidad de amar, de perdonar cuando sea necesario, de reconocernos en otros por los sueños simples y sencillos.

    

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