* El caso Ricardo Alemán, el tuit traídor
La simple posibilidad de que la violencia se asome en la elección presidencial, generó una reacción inmediata de Televisa y Canal 11, quienes despidieron al periodista Ricardo Alemán, porque supuestamente en un tuit hizo un llamado subliminal para asesinar al candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Con todo y la animadversión que el columnista ha tenido desde siempre contra el tabasqueño, es absurdo pensar que tuviera en mente su muerte. Es absurdo sinceramente.
Sin embargo los tiempos que vivimos, en que ha crecido de manera desmesurada el odio contra todo aquel que tenga el atrevimiento de cuestionar al aspirante presidencial morenista, tampoco nadie puede pecar de inocente y argumentar que lo que tuiteó, “fue sin querer queriendo”.
La actitud provocador del propio Alemán, pareciera que buscaba una reacción desproporcionada de las empresas donde laboraba, quienes simplemente decidieron lavarse las manos y sacrificar públicamente a uno de sus opinadores que mejor les había funcionado para desatar furias y pasiones.
Con todo, no creo que alguien pueda ser tan estúpido como para intentar siquiera inducir un magnicidio. Hoy como nunca las redes sociales demuestran que tienen un poder real, pero que en manos de fanáticos (de ambas partes), se convierte en un arma muy peligrosa.
El fanatismo político está lo mismo en los priístas y panistas que agreden con mentadas de madre, y quemarían en leña verde a quien piensa en AMLO como una buena opción, que en los seguidores del tabasqueño, dispuestos a lo mismo pero con la certeza de que poseen una verdad absoluta.
No hay peor consejero que la incapacidad para razonar, y buscar a toda costa una venganza personal porque la vida nos ha tratado mal, el destino, la suerte, lo que usted quiera, y luego entonces el único culpable puede ser el que está de moda ser responsable de todo.
La política no puede, no debe desembocar en distanciamientos eternos de familias, de amigos, de quienes siempre se habían saludado, pero de pronto se pelan los dientes con ánimos de pelea, porque uno es “el maldito vendido, lambebotas, jijo de su tal por cual gobiernista”, y el otro el que se erige con la verdad eterna, y tiene el derecho de descalificar en automática al que no piensa como él.
Pasa lo mismo en los medios.
Del lado oficial un Ricardo Alemán que todos los días fue bombardeado en sus redes sociales con agresiones, ofensas, amenazas, porque también decidió ser el polo opuesto, pero igual de militante, de Carmen Aristegui. Algunos dirán que no hay comparación entre ellos, pero sí la hay, y es que por desgracia ambos desembocaron en una incapacidad real para ver el todo de una realidad, y quedarse con aquello que apuntalara SU VERDAD, que a su juicio siempre ERA LA ÚNICA.
En cualquier manifestación donde el sentido de masa genera una valentía legendaria entre cada uno de sus integrantes, es una constante que griten a los reporteros, y les exijan con ánimos incuso de linchamiento: “¡pero escribe la verdad, no puras mentiras, queremos que escribas la verdad!”.
La verdad por supuesto es la de ellos, los que van en bola y pueden, en un rato de inspiración, robarle su equipo al fotógrafo y tundir al reportero, “nomás porque son bien mentirosos”.
Nada más aborrecible que una turba. Y la turba también existe en las redes sociales. Son los mismos que atiborraron de ofensas el correo, twitter y face de Carmen Aristegui; son los mismos que ahora se fueron contra Ricardo Alemán.
Sin que el segundo sea santo de nuestra devoción, es evidente que el error más grave que cometió fue criticar, a lo mejor incluso de manera exagerada, todo lo que hace AMLO. Pero lo mismo hacen del otro lado. Y cada cual está en su derecho.
Si el llamado fue a matar a López Obrador, cada cual tendrá su opinión, pero por alguna razón sospecho que Televisa simplemente cuida su negocio, y se anticipa al futuro que está por venir.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta
CITA:
La política no puede, no debe desembocar en distanciamientos eternos de familias, de amigos, de quienes siempre se habían saludado, pero de pronto se pelan los dientes con ánimos de pelea, porque uno es “el maldito vendido, lambebotas, jijo de su tal por cual gobiernista”, y el otro el que se erige con la verdad eterna, y tiene el derecho de descalificar en automática al que no piensa como él.