RETRATOS HABLADOS

* El fin de la eternidad

Nunca he sido partícipe de los linchamientos mediáticos, o las visiones simplistas que reducen todo fenómeno político, social o económico, a la existencia de personajes buenos y malos. Reducir el análisis a seguir simplemente la corriente en boga de que éste o aquél han pecado, y por lo tanto están condenados a los eternos infiernos, es eso: un acto de reduccionismo que en nada explica los hechos.

    Siempre ha sido así: Los que hoy son vestidos de diablos al rato aparecen con aureola, alas, y viceversa.  No hay hechos definitivos en ninguna parte, y mucho menos en el ejercicio de la política. Los políticos se comportan como lo que son: políticos.
    Sin embargo son dados a vestir su simple ambición de poder con tintes de salvadores, benefactores de la humanidad, seres ajenos a la soberbia, etcétera, etcétera.
    Por supuesto que no es así.
    Gerardo Sosa Castelán ofreció el día de ayer una conferencia de prensa en la que explicó, a su manera, el porqué había renunciado a su militancia priísta, -si es que lo que hacía se entiende como tal-, y aseguró que de ninguna manera buscará ser nominado a cargo alguno de elección popular.
    Porque, sostuvo, su única preocupación es velar porque la autonomía de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, no sea violentada con un Órgano Interno de Control, a la vez que advirtió, en tono jocoso-amenazador, que se tendrá que enviar a otro lugar como aviador a quien pretendan colocar en ese cargo.
    Reconoció que tiene secuestrada la institución educativa, “pero para generar educación a todo el Estado, hace 30 años teníamos 20 mil alumnos y la secuestramos para que hoy tenga 50 mil alumnos”.
    Quiso imitar esa canción de La Lupita, “hay que pegarle a la mujer, con la fuerza del amor”, aunque con resultados francamente lamentables.
    Aseguró que con su renuncia al PRI, no arranca una disputa por el control de la UAEH, “porque Gerardo Sosa no es toda la universidad”, aunque faltó decirle que sin embargo toda la universidad sí es de Gerardo Sosa.
    En fin, un capítulo en la historia inmediata del Estado de Hidalgo que ya hemos visto en otras ocasiones, con otros personajes, pero con ese padecimiento tan común entre los que acumulan poder: la soberbia.  Soberbia que se transforma en dictadura cuando el que la sufre se eterniza en un cargo determinado porque, está seguro de ello, si se permite abandonarlo, toda su obra monumental habrá de perderse para desgracia de sus súbditos.
    Soberbia que obnubila los sentidos, convierte al dictador en un personaje que simplemente se pierde en su propio mundo del que no supo salir a tiempo, y que tarde o temprano, aquí sí, echará por tierra lo poco o mucho que haya hecho cuando aún conservaba la cordura.
    Es cierto, no hay ser humano que soporte más de 30 años en el poder sin perder el juicio. Se trata de un efecto lógico, consecuencia directa de asumirse como la divinidad encarnada y ser glorificado por un grupo que siempre se aprovecha del pobre hombre que dejó de sentirse humano.
    No hay fórmula más simple para hundir el propio proyecto de vida, la muestra palpable de una redención, que eternizarse en una responsabilidad, de manera directa o a trasmano. Porque el papel de titiritero a la postre lastima al que está cierto que ya nadie está a su medida, que incluso ha conseguido la fórmula de la juventud eterna y que por lo tanto todos aquellos que se atreven a cuestionarlo son sus enemigos.
    Sin embargo, le insisto, ver la historia desde la óptica maniquea de que hay buenos y malos, es un quehacer inútil y tramposo.
    Tal vez aún haya tiempo para que un personaje como Sosa Castelán, entienda que es el momento de abandonar la pequeña isla de poder que ha tenido durante más de 30 años, con la certeza de que esta acción podría salvarle de si mismo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    En fin, un capítulo en la historia inmediata del Estad de Hidalgo que ya hemos visto en otras ocasiones, con otros personajes, pero con ese padecimiento tan común entre los que acumulan poder: la soberbia.  Soberbia que se transforma en dictadura cuando el que la sufre se eterniza en un cargo determinado porque, está seguro de ello, si se permite abandonarlo, toda su obra monumental habrá de perderse para desgracia de sus súbditos.

    
    
    

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