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RETRATOS HABLADOS

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* Ser turistas por una semana

No hubo tiempo cuando vivía en el Distrito Federal para ser turista. Eso siempre sucede al convertirnos habitante permanente de un lugar determinado: es imposible hacerse el sorprendido con un edificio que se ve noche y día, y se termina por perder justo esa capacidad, la de la admiración ante lo que esencialmente es hermoso. Por eso pocas veces estuve en el Palacio de las Bellas Artes, salvo las que nos obligaban en la escuela para asistir a conciertos, y por supuesto nunca dejaron algo más que un extraño sentimiento de temor ante los que en ese entonces, seguramente ahora también, entendían que una sala como la Manuel M. Ponce exigía ir de traje y corbata, incluso niños vestidos como adultos.

 

            Algo pasa en las salas de conciertos que transforman a las personas, y regularmente o es para bien, sino para eso que los obliga por alguna razón poderosa pero injustificable, a querer pasar como eruditos en la materia. Y por supuesto no faltan los que cometen el acto criminal de llevar a su hijo de seis o siete años, traje y corbata de por medio, y que lo obligan a que haga como que dirige desde su asiento la orquesta, nomás para que la plebe sepa que en su casa se oye pura música de gente decente.

            Supongo que lo hace en un principio por coraje, la segunda por capricho, y la tercera de ninguna manera por placer, porque a fuerzas ni los calcetines.

            Sin embargo hay  tiempo luego de 30 años de haber dejado el DF para intentar hacer creer que ya es uno turista, con todo el tiempo para caminar por Juárez, llegar a la Alameda, visitar la Gandhi frente a Bellas Artes, seguir derecho por Madero hasta el Zócalo, y embobarse con todo lo que hay por mirar.

            Alguien me dijo que la mejor fecha del año es Semana Santa, porque todos salen despavoridos a cualquier parte de los estados circunvecinos a la capital del país, que por lo tanto se queda vacía.

            A ciencia cierta nunca supe andar por esas calles. Siempre acababa perdido y menos manejar porque nunca tuve coche. Ahora solo un GPS puede salvar del ridículo, pero ni así, todo es una maraña imposible de descifrar; simplemente no hay remedio para tantos ejes viales, ahora segundos pisos que de pronto ya nos treparon y no hay forma de bajarse.

            Mejor y más seguro Pachuca. Caminar y caminar, subir las empinadas calles, mirar desde lo alto, es decir dese cualquier parte, y pensar simplemente que las dos terceras partes de la vida, la primera allá, las otras dos acá, tuvieron buen puerto.

            Mil gracias, le aviso que nos reencontraremos en este mismo espacio hasta el próximo lunes 6 de abril, ya en plenas campañas de los que dicen que nos quieren representar y defender hasta el grado de dar la vida por nosotros.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta