RETRATOS HABLADOS

* Miguel Ángel Torres Vera

Abducido por los asuntos intrascendentes de adivinar quiénes serían los precandidatos a diputaciones federales, estatales y al Senado de la República. Es decir, secuestrado por lo efímero de origen, aquello que al final de cuentas no cambiará la realidad de miles y miles de mexicanos, me entero de la muerte de Miguel Ángel Torres Vera, luego de una lucha de varios años contra el cáncer.

    Colaborador durante varios años del programa de televisión “Al Tiempo” que quien escribe presentó durante casi 18 años en el canal de televisión del Estado; ya con la enfermedad muy avanzada, se daba a la tarea de redescubrir la ciudad capital con sus “Crónicas a Pincel”, a través de las cuales nos llevaba a pensar en la vida, simplemente la vida.
    Aprendí junto con él a ver las calles pachuqueñas de madrugada, cuando una que otra persona se asoma a la esquina, y se cae en la cuenta de que la provincia se mantiene como tal, pese a las modernizaciones supuestas que padece. Eso lo celebraba Miguel Ángel, que no se cansaba de contar el momento justo en que salía el sol y se inundaba de luz lo que hasta hacía un rato era oscuridad.
    Casi estoy seguro que era su manera de celebrar la vida, porque sin discursos de por medio, ni ganas de dar consejos de los que tanto abundan en las redes, simplemente se solazaba con la oportunidad de abrir los ojos y contar un nuevo día de victoria, porque entendió que vivir era una lucha amorosa, cotidiana.
    Una vez en el parque Hidalgo lo entrevisté. Le dije que me interesaba que hablara de su enfermedad. Me dijo que sí, que para él resultaba algo natural luego de tantos años de pensar que moriría, luego que no, después que siempre sí.
    Miguel Ángel tenía el don de escribir bien, de ser un poeta en cada uno de los textos que hacía, y que gustaba ilustrar él mismo cuando tenía las fuerzas y las posibilidades de hacerlo. Miraba de ese modo la vida, y estoy seguro que le sirvió de mucho para apaciguar la desazón cuando el cáncer en retirada anunciaba que regresaba.
    Personalmente lo traté muy poco, pero a través de sus “Crónicas a Pincel” lo llegué a conocer, a reconocerme en muchas de sus andanzas por la Pachuca que siempre quiso tanto, una vez que se avecindó en sus calles, callejones, plazas llenas de viento, nostalgias por la certeza de que no había certeza de nada.
    Aunque al final, contaba, nadie puede asegurar que en unos años estará para cumplir este u otro proyecto, este u otro sueño, este u otro sueño.
    Dijo, sin caer en la frase tan hecha, que simplemente aprovechaba los momentos de paz, de paciencia en un cuerpo que asechaba la enfermedad, y que disfrutaba por sobre todas las cosas a su familia, pero también la posibilidad de escribir, de contar lo maravilloso que era caminar y caminar por las calles pachuqueñas.
    Contar es una tarea vital en el ejercicio del periodismo. Llevarnos a lugares donde como lectores o televidentes difícilmente podríamos estar. Miguel Ángel lograba esa posibilidad de manera constante.
    Al final se daba tiempo para tomar y compartir fotografías del lugar donde le practicaban las radioterapias. Era una forma de contar esos últimos días de su existencia en esta realidad que llamamos vida.
    Me gusta recordarlo como el escritor que tenía la afición de caminar por las calles pachuqueñas, reflexionar en tanto lo hacía, mirar con absoluta esperanza cada mañana, cada tarde y noche. Ese era Miguel Ángel.
    Estoy seguro que hablar de personajes como el autor de “Crónicas a Pincel”, siempre será más importante que esa tarea intrascendente de “adivinar” los nombres de hombres y mujeres que pelearán por un espacio de poder.
    Saludos querido Torres Vera, y prepara tus “Crónicas a Pincel”, sobre las calles que hoy conoces en esa ciudad luminoso que seguro encontraste.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Casi estoy seguro que era su manera de celebrar la vida, porque sin discursos de por medio, ni ganas de dar consejos de los que tanto abundan en las redes, simplemente se solazaba con la oportunidad de abrir los ojos y contar un nuevo día de victoria, porque entendió que vivir era una lucha amorosa, cotidiana.

    
    

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