* Si hubiera mar en Pachuca
Sería bueno que Pachuca tuviera mar, y el calor que sucedió al frío, trajera la brisa, las olas, la arena y la despreocupación que siempre se asocia con la playa. La gente, nosotros, podría por fin sonreír aunque fuera poco, lejos de lo que hemos sido desde tiempos ancestrales con eso de tuzos y vivir bajo la tierra.
Lo más lógico es ser parte de la vida, la luz, el sol, no de la oscuridad y túneles donde sólo la tristeza y viejas leyendas amparan vidas que se perdieron entre la melancolía y la desesperanza.
Cuando uno va al mar es una constante pensar que la vida es mejor, ajena a las responsabilidades, al trabajo pues. Pero está claro que no es así, que una cosa es visitarlo, y hacer la vida diaria en esos lugares.
Sin embargo la luminosidad de los días, el calor, pero la luz fundamentalmente, llevan a la conclusión seguramente ficticia, de que las sombras no traen nada bueno, como no sea agarrar la costumbre de parecer sombras, mirar poco a los ojos, y festejar la cualidad de huraños hasta la muerte.
Pero calor sin playa no funciona. Por principio de cuentas manejar en las avenidas y bulevares de Pachuca, de por si caóticos, se convierte en un vía crucis para los que no tienen aire acondicionado y si lo tienen no lo prenden porque se gasta más gasolina.
Los taxistas, conductores de colectivas y micros son los que resienten más los días de sol y sin brisa marina. Con gestos fieros y ganas de eliminar al de enfrente, al de al lado y al de atrás, juran por su madre que alguien pagará el martirio de buscar pasaje en una ciudad tatemada en el comal de los pastes.
Hay que comprenderlos, tampoco aplaudirles claro está, pero no es asunto fácil con el sol de frente y por más mangas mochas que se pongan en el brazo que siempre llevan cual llavero fuera de la puerta del conductor, éste acaba achicharrado, ampollado a veces.
Pero si usted les preguntara qué opinarían si hubiera mar en la ciudad, seguramente todos estarían de acuerdo que las cosas serían diferentes, que traerían todas las ventanas abiertas, que respirarían hondo y profundo para consolar el tedio de los días.
En lugares fríos se entiende el trabajo como un destino, absoluto e inconmutable. En lugares de mar es una simple herramienta para disfrutar la playa y las olas, y si no por lo menos jugarle a la vida la broma de que se le entiende y se le quiere.
Por eso debiera haber mar en Pachuca, para envidia de muchos y gozo de todos.
Pero está claro que no hay y no habrá.
Y la necedad de insistir en que nada mal estaría que llegara a la puerta de la casa, deslumbrante, listo para reconfortar al cansado y fastidiado, es un deseo que seguramente todos hemos tenido alguna ocasión.
Todo es producto del calor, de tan insistente que hasta el frío se llega a extrañar, pero no es para tanto.
Mil gracias, hasta mañana.
twitter: @JavierEPeralta