RETRATOS HABLADOS

    •    De la tragedia a los sueños


Una constante de la sociedad en que vivimos es la apatía ante cualquier convocatoria a la participación, “porque de nada sirve hacerlo, porque da igual, porque solo es pérdida de tiempo”. De tal modo que nos hemos acostumbrado a que sea una minoría la que decida en todo momento, y a ser críticos inmisericordes de lo que hacen o dejan de hacer. El abstencionismo es una historia permanente en nuestras existencias.
     A veces, incluso, nos abstenemos de vivir.
    Sucede de manera repetitiva, e incluso invade hasta los rincones más particulares de la existencia . No nos gusta levantar la mano para decirle sí a un comité de colonos, de la escuela de los hijos, del trabajo, de nada. Preferimos dejar que otros lo hagan y convertirnos en críticos de todo y nada.
    No todos, por supuesto, pero sí una inmensa mayoría.
    Sólo eventos críticos nos levantan de pronto, nos sacan del sopor, para interesarnos en la sociedad que nos ha tocado vivir. Entonces descubrimos que tenemos la capacidad absoluta para convocarnos, encontrarnos y a partir de ello tomar acciones que modifiquen sustancialmente un futuro que considerábamos irremediablemente perdido.
    Empezamos mirar que participar no es solo asunto de ir a votar cuando hay elecciones, sino de traducir el sentimiento de interés y solidaridad que nos deja una tragedia, en un esquema del diario vivir, en que seamos interesados, en el buen sentido de la palabra, en lo que le pase al vecino, al compañero de trabajo, al niño que asiste con nuestro hijo o nieta a la escuela.
    Interesarnos y que esto sea finalmente una acción. Acción que puede desembocar en participar en tener una mejor unidad habitacional, escuela, centro laboral.
    Siempre hemos pensado que lo más importante y vital es votar cuando hay que votar. Por supuesto que lo es, pero no es necesariamente lo crucial en el desarrollo de una sociedad; no puede entenderse como una catarsis colectiva con poderes mágicos, porque evidentemente no los tiene.
    Si algo aprendimos del terremoto del 19 de septiembre, es que somos capaces de ser unidos cuando así lo decidimos, y eso marca una diferencia abismal con otras sociedades que siempre habíamos considerado más desarrolladas y absolutamente democráticas, cuando no es así.
    De lo trágico sin duda que podemos aprender, y dejar ahora que sean esas nuevas generaciones que dieron y dan muestra de un espíritu absoluto de amor por sus semejantes, las que de manera definitiva empiecen a marcar el paso de lo que será el México al que siempre aspiramos.
    Nosotros, los que de alguna manera somos identificados como “los de edad”, tendremos que hacer lo necesario desde los espacios que aún están disponibles, en los comités de vecinos, de padres de familia, del centro laboral. Y la fórmula es una y simple: participar.
    Quiero pensar, estar absolutamente seguro, que el 19 de septiembre marcó el inicio de una etapa única y fundamental en la historia del país. Que no se quedará todo en unos días, unas semanas simplemente en que todos descubrimos que podemos ser otros, los que siempre soñamos.
    Quiero pensar que a los que ya cursamos el tiempo de la juventud, nos tocará ver el cambio que esperamos y esperamos, hasta pensar que nunca llegaría.
    Quiero pensar que todavía es tiempo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    De lo trágico sin duda que podemos aprender, y dejar ahora que sean esas nuevas generaciones que dieron y dan muestra de un espíritu absoluto de amor por sus semejantes, las que de manera definitiva empiecen a marcar el paso de lo que será el México al que siempre aspiramos.

    

Related posts