• Brayan, el estudiante del Cetis
Se llamaba Brayan Hernández Corona, tenía 16 años de edad, y fue secuestrado el pasado 21 de agosto al salir del Centro de Estudios Tecnológicos, Industriales y de Servicio (Cetis) en Atitalaquia. Su cadáver fue encontrado el pasado domingo. Nativo de Acajuba, cientos de sus habitantes lo despidieron, en un acto de plena solidaridad con sus familiares y de exigencia para que este terrible crimen se esclarezca.
Ayer mismo cuatro personas adultas y un menor, que solo se conocen por las iniciales de sus nombres y apellidos, fueron vinculados a proceso como presuntos responsables del delito.
¿Qué sucede, ante qué demonios nos enfrentamos capaces de privar de la vida a un jovencito por dinero?
Todavía más complicado dar una respuesta, cuando nos enteramos que una de las personas adultas detenidas era amiga de la familia del victimado, es decir que lo conocía, que platicaba con sus padres regularmente, y seguramente fingió pesar cuando se enteró del secuestro en el que ella misma había participado.
Hay maldad real, concreta, imposible de justificar, que hiere profundamente el corazón de una sociedad, que a lo mejor ya se cansó de ver este tipo de hechos en las redes sociales, pero siempre lejanos, en el dolor ajeno que a veces despierta compasión pero nada más.
Esta vez pegó cerca, muy cerca de los que salieron a las calles de Ajacuba para decirle a Brayan que harían lo que fuera necesario para que sus asesinos pagaran, y pagarán caro lo que habían hecho.
Lo lamentable es que el secuestro tiende a crecer, y no precisamente en los grandes centros urbanos, sino en pequeñas poblaciones de la entidad, casi siempre con la complicidad de personas cercanas a los que de pronto son desaparecidos. Vaya pues que ni en quién confiar, porque cada vez se presume que todos podemos ser sospechosos.
Es la tragedia de nuestros tiempos: la desconfianza absoluta, la tristeza que nadie podrá quitar a los padres de Brayan, porque perder a un hijo es un infierno del que pocos se recuperan, y al que todos le tenemos terror por lo absurdo de que un proyecto tan vital se vaya de repente, en mano de verdaderos monstruos.
Siempre que nos convertimos en mudos testigos del dolor humano, a ciencia cierta no sabemos qué pensar, qué hacer, porque nos damos cuenta que la vida sigue para nosotros, pero no en los padres de quienes pierden el alma misma, el corazón, la esperanza en una vida que ya no lo será partir de un dolor tan agudo, tan inhumano.
Esto no debería pasar en ninguna parte del mundo, nos decimos a manera de consolación, pero sabemos que se repetirá, porque hoy como nunca el país está inmerso en una espiral de violencia imparable, incontenible.
Un Cetis es una escuela a la que acuden hijos de familias con escasos recursos, pero con una ilusión constante en que el estudio les permitirá superar las carencias, hacer un futuro del que sus padres se sentirán orgullosos. Para Brayan ya no será posible, porque los secuestraron y lo mataron. Así de dura la realidad.
Queda poco qué decir a sus padres, a sus familiares, a sus amigos, a sus vecinos que de pronto se toparon con la tragedia. Como no sea decirles que tenemos la obligación de guardarlo en la memoria, tenerlo siempre presente para que sea recordado, para que no sea olvidado.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta