RETRATOS HABLADOS

    •    UAEH, tiempos decisivos

    •    MINUTARIO


Buena parte de la sabiduría de quien gusta ejercer el poder a través de testaferros, reside en la prudencia para evitar a toda costa salir a la plaza pública, exhibirse como el verdadero dueño del escenario, cachetear al que hacía las veces de propietario y proclamar a grito en pecho la frase del pobre Gutierritos, que ha visto robada la autoría de su novela: “¡Yo soy el señor Gutiérrez, yo soy el señor Gutierrez!”.
    Algo así pasó con Gerardo Sosa Castelán, presidente del Patronato de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, quien decidió que ya no era suficiente mandar a declarar a su rector, algo así como una más de las Almas Muertas en el texto de Nicolás Gógol, sino hacerlo en persona para dejar bien en claro que él y sólo él es quien manda.
    El principal damnificado en esta rabieta de un hombre que ya cruzó los umbrales de la tercera edad, fue justamente Adolfo Pontigo Loyola, quien se perfilaba como un personaje, que si bien habría de supeditar todo su quehacer a los designios de su padre espiritual, mantendría una actitud de dignidad que casi nunca, o nunca, se ha presentado entre sus antecesores.
    Porque es evidente que el asunto del adeudo que el gobierno de Hidalgo mantiene con la institución no es, de ningún modo, el problema central, prueba de lo cual es que simplemente no desea, no quiere ningún arreglo con el Jefe del Ejecutivo estatal, Omar Fayad Meneses. Va más allá, y quitarle todo rastro de dignidad al rector que impuso, debiera prender las alertas entre el grupo de asesores que lo orilló a esta aventura sin retorno.
    Pontigo Loyola pierde de manera dramática porque simplemente dejó de funcionar como puente de negociación con las autoridades estatales en esta estrategia siempre interesante, en que Sosa Castelán colocaba en la rectoría a una pieza afín al gobernante en turno, bien sea por lazos académicos, familiares o de amistad.
    Nunca desde hace más de 30 años que tiene el poder absoluto de la UAEH, el hoy Presidente del Patronato Universitario, se había confrontado de una manera tan abierta con un gobernador como hoy pasa con Omar Fayad Meneses. Sabía, manejaba con exactitud de relojero el momento exacto para dejar de darle cuerda al reloj antes que se reventara. Buena parte de su permanencia como factótum en la institución educativa, amén de ser un control absoluto para los universitarios, fue la certeza que generaba en las negociaciones.
    Hoy las cosas han cambiado radicalmente, porque ni representa ese factor de tranquilidad política en la universidad, y mucho menos garantía de que a la postre se llegará a un arreglo definitivo.
    Nadie puede negar su aporte al desarrollo de la UAEH hasta antes de enervarse por el ejercicio de un poder absoluto. Sin duda nuestra Máxima Casa de Estudios creció en lo materia y académico, al grado de colocarse entre las mejores del país.
    Pero la necedad, las rabietas propias de un hombre de edad, podrían echar por la borda lo que más importa a un político una vez que ha logrado con creces el aspecto económico y de poder: el legado histórico.
    Es muy posible que haya marcha en las próximas horas, y que la situación se crispe. Pero si algo debe saber el Sumo Sacerdote de la UAEH, es que en una sociedad como la nuestra nada es más fuete que el poder del Estado. Y eso lo sabe muy bien.
MINUTARIO.- LUIS JAIME OSORIO CHONG, Presidente de la Unión Nacional Veterinaria, ha sabido manejarse con prudencia en el escenario político nacional. Hombre de sencillez real y trato amable, empezó su carrera en asuntos políticos y públicos desde hace más de 37 años, que le han permitido hacer amigos en todos los sectores. Quienes lo conocen lo aprecian porque es el de siempre, el compañero de la preparatoria para quienes lo fueron, el hombre que se siente orgulloso de su ciudad y su Estado.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Pontigo Loyola pierde de manera dramática porque simplemente dejó de funcionar como puente de negociación con las autoridades estatales en esta estrategia siempre interesante, en que Sosa Castelán colocaba en la rectoría a una pieza afín al gobernante en turno, bien sea por lazos académicos, familiares o de amistad.

    
    
    

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