* Carmen Aristegui
El despido de Carmen Aristegui de la empresa MVS Radio, coloca de nueva cuenta en el escenario de la discusión la eterna interrogante de si un medio de información es o no una empresa, que como tal deberá buscar los caminos necesarios primero para su subsistencia, y al mismo tiempo mantener la credibilidad del público.
Pareciera, a la luz de lo que hoy mismo observamos, que el periodismo independiente en todo el sentido de la palabra, sólo puede ejercerse en espacios alejados de lo mercantil, porque incluso a estas alturas se eleva el perfil de los hechos para acusar a un tercero en discordia que evidentemente no pede ser sin el gobierno federal.
De lo mercantil porque a partir de los contratos publicitarios de tipo oficial, incluso los de corte privado, es posible entender que se ejerció una presión intensa para que al final de cuentas MVS cancelara toda relación con Aristegui.
No son pocas las historias de compañeros y compañeras de profesión u oficio, que han tenido que abandonar una redacción, una cabina de radio o un foro de televisión, luego que resultaron ser incómodos para la empresa que en principio los contrató con todas las posibilidades de ejercer su labor de manera libre… hasta que así fuera posible.
Y el hasta que así fuera posible, termina justamente cuando los intereses –que los hay- del conductor o conductora estrella, se estrellan contra los de la empresa que los arropó durante cierto tiempo.
Sería inocente plantear el escenario en que los accionistas de una estación de radio, televisión o de un periódico, resultan ser siempre los malos y perversos de la historia porque no es así. Pero tampoco lo contrario, que estemos ante una periodista que algunos ya califican como activista política.
Ni lo uno ni lo otro.
Gustamos de enjaretar calificativos a diestra y siniestra.
Aristegui ejerció hasta donde pudo un derecho fundamental entre todos los ciudadanos, que es decir lo que piensa. Eso resulta hoy y siempre admirable.
Pero de ahí a desembocar en interpretaciones maniqueas, en que la maldad está de un lado y la bondad absoluta del otro es una tarea penosa y desgastante.
No hay objetividad en el ejercicio periodístico. Es una realidad a todas luces. Nadie puede pues preciarse de navegar en el proceloso mar con bandera blanca, porque es imposible mantenerse ajeno a la situación de un país cada vez más complicado y endeble.
Regresamos al asunto del principio: ¿es condenable de origen que un medio informativo sea también una empresa? Seguramente la respuesta es no, todo depende del manejo fino y cuerdo que los propietarios puedan hacer de la misma, de la curia para usar términos cotidianos, con que logren sortear las complicaciones de integrar a sus filas a periodistas como Aristegui que de antemano es posible saber que manejarán una agenda propia que tarde o temprano chocará con la del medio que la contrató.
Si la empresa resulta endeble, será presa de las presiones. Es un hecho.
Así tendrá que ser un poder tan grande que asegure el espacio para un personaje como la citada, aun cuando de origen choque contra la imagen de la misma, y con esto nos referimos a la posibilidad creciente de que Aristegui se reincorpore a Televisa.
Habrá mucho que decir y reflexionar sobre este asunto, que algunos han comparado con la salida de Scherer de Excelsior, aunque ciertamente parece aventurado decirlo.
Será de vital importancia seguirle la pista, descubrir las alternativas que sin duda habrá de idear Aristegui para mantenerse como uno de los personajes más importantes del periodismo en México, sobre todo más creíbles en estos tiempos. Algo vital, sustancial en esta profesión.
Mil gracias, hasta mañana.
twitter: @JavierEPeralta