* No es un adiós, es un hasta luego Roberto
Llevo varios borradores sin saber qué decir, qué traer a la memoria de Roberto Herrera Rivas.
Resulta difícil decirle adiós, hasta pronto es la expresión más exacta, a un amigo tan cercano, y por lo mismo tan ligado a la historia personal de muchos que lo quisimos.
Estoy seguro que lo encontraré en cualquier calle de Pachuca, y me contará que descubrió nuevas formas que el sol produce cuando toca algún edificio, un puente o el Reloj Monumental.
La última vez que nos vimos, recordar fue el eje central de la plática: los tiempos gloriosos del Diario Visor, cuando su trabajo fotográfico fue justamente el eje central sobre el que se sustentó la edición cotidiana del periódico.
No hubo proyecto periodístico en el que participara, donde Roberto no fuera el encargado del área de fotografía; y no solo era una amistad fincada en el tiempo y las penurias que muchas veces pasamos, sino en la certeza de que su presencia marcaría rumbo y estilo para hacer las cosas.
Era un artista de la lente en todo el sentido de la palabra. Poseía una intuición única para encontrar el instante que definiría la noticia del día siguiente. Es decir que la foto era una historia en sí misma.
Siempre lo consideré, y lo habré de considerar, el mejor de los fotógrafos no solo de su generación, sino de las que le siguieron.
Supo contar historias de manera gráfica y también escribirlas.
Juntos empezamos uno de los primeros suplementos culturales en el Diario Visor, que llevó por nombre Estaciones y que a la postre tuvo a su cargo de manera integral.
También coordinó como fundador, el área de fotografía del periódico que usted tiene en sus manos.
Sin embargo siempre fue un hombre que gustaba del trabajo como iniciador de nuevas generaciones, para después irse a caminar por las calles de Pachuca, ciudad que amó y dedicó buena parte de su labor.
A mí como a muchos de los amigos que supo hacer, le duele su partida por muchas razones. Porque el mundo que recreó a través de su cámara tendrá que esperar con infinita paciencia a que alguien vuelva a conjugar los elementos mágicos que daban origen a sus fotografías.
Siempre coincidimos Roberto y el que escribe en creer que el trabajo de un buen fotógrafo no es calcar la realidad, sino recrearla, llevarla al que mira para que encuentre de pronto que todo tiene un nuevo sentido si se sabe mirar con paciencia, con ojos de quien espera descubrir que hay razones para creer que, después de todo, hay algo de divino en lo cotidiano.
Lo dejé de ver durante muchos años, y solo la coincidencia en el ritual de ingerir unas “chenchas”, como él le decía a las cervezas, nos convocaba de vez en vez, y la plática era como si un día antes hubiéramos trabajado hasta altas horas de la noche en una redacción que siempre nos esperaba.
Nunca dejamos de platicar sobre los sueños, la infinita búsqueda que él tuvo por la fotografía que colmaría de dicha su vida. Estoy seguro que en algún lugar de su archivo, tarde o temprano aparecerá la ocasión aquella en que capturó el aleteo de un ángel que lo acompañaba a todas partes.
Es extraño pensar que tendré que esperar algunos años, o muchos si la suerte me acompaña, para volver a escucharlo en el tono festivo que siempre lo caracterizó decirme: “¿qué pasó Javier, nos tomamos unas chenchas?”.
Seguro en esa ocasión podré decirle sin ninguna preocupación ni remordimiento por adelantado: “por supuesto… nos tomamos esas chenchas”.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta
CITA:
Nunca dejamos de platicar sobre los sueños, la infinita búsqueda que él tuvo por la fotografía que colmaría de dicha su vida. Estoy seguro que en algún lugar de su archivo, tarde o temprano aparecerá la ocasión aquella en que capturó el aleteo de un ángel que lo acompañaba a todas partes.