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RETRATOS HABLADOS

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* Cuentos de hadas

 

Nos encantan los cuentos de princesas y príncipes, de reinas y reyes, de mundos  felices que nunca alcanzaremos, porque eso de que “vivieron siempre felices” simplemente no tiene relación alguna con la realidad.

            Por eso la visita del presidente a Inglaterra embelesa a los que ven en la televisión cómo una reina de carne y hueso recibe al jefe de nuestra nación, y le rinden honores y las calles se ven tapizadas de banderas de aquél país y el nuestro.

            Después de todo, nos animamos bajo la magia de las imágenes, nos vemos (es un decir por supuesto) mejor, con un presidente joven y una esposa que luce como artista, nada que ver con la Carmen Romano de López Portillo de otras épocas. Aquí se ve casi una princesa con su príncipe, dueños del escenario, nada que nos avergüencen con sus tropezones y desconocimiento de la etiqueta imperial.

            Todo luce cual cuento de hadas, es un mundo de fantasía, y por momentos nos quedamos en ese lugar indefinido de los sueños, hasta pensamos que todos los mexicanos de pronto ya no desentonaríamos en una cena de platillos raros con nombre francés, copas de cristal cortado, una para cada tipo de bebida, cubiertos de formas desconocidas, ritos para sentarse, ir al baño, pedir la palabra, untar mantequilla en el pan.

            Ya nos vemos en el primer mundo de la sociedad, y ni quien pueda notar que somos de la raza de bronce, porque hasta rubios empezamos a parecer, con los ojos rubios, los dientes rubios como dice Rubén Blades en su canción.

            Un mundo raro de José Alfredo Jiménez, donde nunca hemos sufrido ni por amor ni por injusticias. Un mundo raro, el nuevo mundo.

            La reina que nos mira con ojos ya no de quien descubre que sí, que efectivamente también somos seres humanos, sino de igual a igual con todo y su corona. Nada que ver con otros tiempos en que hasta hurgaban en el avión presidencial en busca de arcos y flechas.

            El primer mundo por fin, el sueño de las princesas y los príncipes, de los carruajes  los honores de la guardia de gigantescos gorros negros y sus trajes rojos.

            Se nutre la ilusión de imágenes, saturación de imágenes, crónicas que se repiten en un canal y en otro. La ilusión que viaja no en tranvía sino en señales satelitales.

            A ciencia cierta y a estas alturas, uno se pone a pensar si después de todo, de vez en cuando no hace falta un aire de ilusiones, vanas por supuesto, y que de algún modo pudiera ser posible que el México nuestro cambie, sea otro, nadamás por la pura voluntad de desearlo.

            El país sin embargo será el mismo, con las mismas historias en que unos insisten en hundir el barco para después buscar sus restos en el fondo del mar; donde ya somos poseedores eternos de verdades absolutas, donde revivir la pelea a muerte entre los que dicen que el país debe incendiarse y los que aún creen en la posibilidad de un cambio pacífico , es cosa de todos los días.

            Nada habrá de cambiar, es la triste realidad, pero cuando menos unos días la simpleza de las banalidades puede disminuir un poco el ardor de la herida que todos y cada uno de los que habitamos el país, hemos decidido untar con limón y sal, porque estamos ciertos que el sufrimiento es el único camino a la expiación.

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta