* Tlaxcoapan, otra vez Fuenteovejuna
Qué desata la furia criminal de un grupo humano? Qué elementos deben reunirse para transformar una población considerada pacifica, en juez y verdugo con saña inaudita?
Porque no, de ninguna manera puede justificarse el linchamiento de ninguna persona, aunque evidentemente deben ser observadas las circunstancias que llevaron a que tomaran la justicia en sus manos y aplicaran no la justicia, sino una venganza por las ofensas de que también han sido víctimas.
El hecho fundamental sin embargo, es que con preocupante frecuencia quienes son asesinados por una turba, al final del día resulta que no son responsables del delito que originó su sacrificio.
En un linchamiento poco tiene que ver la justicia, y sí en cambio un sentimiento ancestral de hartazgo, que de pronto encuentra el punto de fuga en la posibilidad de sacar todo esa furia en quien tiene la desgracia de estar a la hora y en el lugar equivocado.
Lo vimos hace muchos años en Huejutla y ahora en Tlaxcopan en idénticas circunstancias, es decir una multitud que simplemente encontró culpables de todo y nada.
A la par evidentemente existe un clima enrarecido por una raquítica aplicación de la justicia, pero sobre todo la observancia de que la impunidad existe y es un mal que crece y con ello el enojo ciudadano.
Y también las voces que no se cansan de llamar a hacerse justicia por mano propia, siempre presentes con gritos y consignas para acabar de una vez por todas con lo que se ponga enfrente, en el ánimo que de las cenizas saldrá algo mejor.
Sin embargo no es así, nunca ha sido así.
Los mismos rostros de un no saber qué pasó para que en un instante se animaran a golpear por enésima ocasión el cuerpo inerte de una persona, los que en Huejutla colgaron del quiosco a unos supuestos robachicos, se volvieron a ver en Tlaxcoapan.
Porque de ningún modo fue un acto de justicia, y si en cambio uno de sentida venganza contra la vida misma, esa que lo mismo quita oportunidades y oportunidades, y de pronto pone a la mano la posibilidad de hacer pagar a alguien por toda una existencia de penurias y frustraciones.
Y poner a la mano es convertirse en la mano que pegó con una rama de árbol, el pie que pateó la cabeza de la masa de carne que ya no era nada ni nadie. Y por supuesto sin peligro de ser culpable, porque cuando es una masa, una turba cuando aplica la dichosa justicia, entonces no es nadie.
El hecho es que solo cuando el destino coloca a alguien en ese instante que se deja de ser uno, para agigantar una muchedumbre, cada cual sabrá si la locura de instinto de criminal justiciero no se apodera del que pasaba por pacífico y hasta timorato.
Por lo mientras en Tlaxcoapan, como siempre sucede en estos casos, un ser invisible que se llama nadie, porque la turba no tiene rostro ni identificación, dejó un cadáver a mitad de la calle molido a golpes.
Y atrás de todo, la impunidad que inunda de pesadillas a todo el país.
Mil gracias, hasta mañana.
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Twitter: @JavierEPeralta