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RETRATOS HABLADOS  

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* El tiempo que es hoy

Todos los hospitales guardan cientos de historias, algunas trágicas, otras esperanzadoras, todas aleccionadoras. Apreciamos poco la vida, la que está a la mano y ajenos a la enfermedad en ocasiones hacemos todo lo posible para estar, un día cualquiera, encamado en una de las habitaciones, ahí sí con la promesa de reconstruir todo si los dioses nos dan licencia de seguir aunque sea unos años más.

 

            Al terminar un año, el deseo más constante de la gente adulta no es que podamos viajar a países desconocidos, o que en lo económico nos vaya mejor. Siempre insisten en que tengamos salud como principio fundamental, que de lo demás podemos encargarnos.

            Cuando uno acude al hospital para visitar al pariente enfermo y se pierde en los interminables pasillos de un edificio gigantesco como es el 20 de noviembre de la ciudad de México, sin querer es posible asistir al momento que hace más humano a cualquiera, lo transforma, lo hace ser por vez primera un hombre o mujer que no tiene otra aspiración que vivir, simplemente vivir.

            Caminar por los pasillos del área de oncología espanta tan solo de ver el membrete en la pared, porque cáncer todavía a muchos nos hace pensar en desenlaces fatales, adioses eternos, constancia de los recuerdos como única vía para volver a mirar a los que amamos.

            Sin embargo, ahora me entero, ahora lo sé, ha dejado de ser un camino seguro hacia el otro mundo, porque con todo hay avances reales para curar una enfermedad que hasta hace poco no tenía remedio alguno.

            Y eso fortalece los rostros, los ademanes de quienes encamados apuran la gelatina, la comida en papilla, porque saben que hay esperanzas, reales esperanzas de que en poco salgan por su propio pie y una vez más tengan la oportunidad de vivir la hermosa vida que cantaba Sabines.

            Decía que resulta aleccionador porque con la buena noticia de que nuestro pariente va por buen camino, de que muchos hoy mismo serán notificados que después de todo habrá más tiempo junto a su familia, junto a quienes los quieren, es un hecho que serán más amorosos que antes, más serenos en la tarea de disfrutar cada día.

            Eso se aprende. Que puede o no haber más tiempo, pero el que se tiene a la mano es valioso, único, vaya pues, el que es nuestro.

            Por supuesto no todas las historias son tan de final bondadoso. Hay otras, muchas, que vuelan la esperanza en otra eventual vida como fórmula para la sanación al dolor. También en esos casos, estoy cierto, se aprende.

            Pero hay un día, sólo un día que deberá marcar la diferencia con todos los que a lo mejor hemos desperdiciado o vivido a medias, casi con desgano. Es, y perdón por el lugar común; es el que está aquí junto, es el hoy.

            De un modo u otro se aprende, se hace sensible en la piel la necesidad de volver a vivir con las ganas de los niños que fuimos, de los ancianos que son igual, de los hombres que soñamos con ganas la necesidad fundamental de ser felices.

            Mil gracias, hasta mañana.

 

peraltajav@gmail.com

twitter: @JavierEPeralta