De la magia a la realidad en asuntos de poder
Buena parte del ejercicio político se nutre de asuntos mágicos regularmente alejados de la realidad. En un proceso previo a la elección de candidatos para la primera magistratura estatal, no hay personaje que no se diga con posibilidades de ser el elegido por quién sabe qué razones, pero a la luz de ese arte de las probabilidades cimentadas en los designios divinos, acaban por deducir que están en la recta final, con todo y que nadie lo sepa.
Sin embargo, la vida los pone en su lugar, no solo a ellos está claro, sino a todos los seres humanos que viven la vida con la necedad de que pueden resolverla con simplemente desear que así sea, lo que siempre conduce a un camino plagado de dolor, desilusión y mucho sufrimiento.
El asunto es que en los terrenos políticos vivir de puras realidades no sirve porque amarga al que intenta ilusionarse, que además todos tienen derecho a soñar, a creer que después de todo la vida no puede ser tan de al tiro de realidades, que la realidad acaba por hacernos entender que nunca entenderemos qué hacemos aquí, en un planeta que corre vertiginoso a quién sabe qué destino.
Por principio de cuentas el político se engaña a sí mismo, porque de otro modo al simple contacto con el poder debería huir por las consecuencias que con regularidad acarrea disfrutarlo, vivirlo. Algo similar al asunto del amor, que un buen consejero urgiría a correrle, pero con bastante regularidad se hace lo contrario. Asunto pues de masoquistas.
Hacer uso del poder así, deberá de disfrazarse como el camino para hacer el bien sin mirar a quién, con el servicio, con el sacrificio porque un pueblo tenga mejores posibilidades de vida. En un principio cuando menos funciona. Pero después el mundo mágico es el único que existe, y puede pasar una, mil, un millón de veces, con resultados iguales: la locura del que ya no puede, ni quiere vivir en la realidad.
Poder y asuntos de amor tienen mucho de parecido, porque del miedo se pasa al gozo, a la certeza de que nadie lo ha manejado como el que lo dice, y que asegura ser inmune a sus consecuencias. Pero al poco tiempo sucederá lo que siempre sucede, que cuando no es procesado por lo que hizo, sufrirá el dolor eterno, como dice la canción, “por lo que tuvo y no fue”.
En fin. La vida, la necesaria vocación por ver con ojos de magia la, a veces o muy constantemente, amarga y cruda realidad.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
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@JavierEPeralta