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RETRATOS HABLADOS

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RETRATOS HABLADOS

La patria es impecable y diamantina

Las fiestas de Independencia marcaban, hasta hace poco, el principio de las fechas más ligadas al reencuentro con la familia, la posibilidad de pensar que la felicidad es posible, la certeza de que finalizado el año sería oportunidad de reiniciar proyectos aplazados, reencontrarnos, buscar la suerte que nos pudiera colocar de nueva cuenta en la pista de carreras que es la vida.

Hasta hace poco septiembre y la celebración de la noche de hoy, marcaba con letras mayúsculas que, después de todo, era posible reinventarse y pese a la edad, a la serie de fracasos que ya se cargaban en los dos pasados cuatrimestres, asomarse vivo al cierre de año ya era todo un logro, un empujón para seguir en esto de la hermosa vida.

El mes de la Patria era claro, diáfano, impecable y diamantina, como dijo Ramón López Velarde.

Hoy no. Por el contrario, la pandemia vino a modificar costumbres, ritos únicos que nos daban alguna seguridad en la existencia, en la imagen que teníamos del país, en la esperanza de que en algún momento la injusticia fuera sustituida por la justicia. Pero tampoco fue así. El régimen de la esperanza a estas alturas pareciera haber naufragado entre la necedad de quien la guía, y la obsesión de todo buen dictador por eternizar su poder. Ya no entiendo nada.

Lo peor es que septiembre ha empezado a perder su valor fundamental que era ser puente de transición a los meses navideños y fin de año. Comprendemos que las cosas ya nunca volverán a ser como antes, que así nos tocó, que no hay remedio a nada. Pero la realidad es que el ánimo ha decaído, con todo y el buen semblante de los que sonríen pese a todo.

Pocos años tan reveladores, tan decididos a desenmascarar lo que añorábamos como remedio para todos los males. No fue así, ya no será así tal vez nunca.

A mi padre le gustaba llegar por la mañana del 15 de septiembre a Pachuca. Era, igual que su asistencia a la fiesta del pueblo el 25 de agosto, una de las pocas fechas en que se ausentaba de su casa, del trabajo. 

Él ya no está. Tampoco la fiesta, tampoco muchas cosas.

Pero en su memoria nos reunimos los hermanos, cada quien, con sus hijos, y basta con recordarlo, con saber de su esperanza nunca vencida en el día siguiente, para volver a creer que todo es posible, que pese la enfermedad que espanta, al personaje que ya no me causa ni gracia en las mañanas. Pese a todo, lo importante es que en la memoria de cada uno de los que miran el día, no todo está perdido. Al contrario. 

En tanto los señores del poder: jueguen a ser eternos, a ser salvadores de la humanidad. Jueguen como niños torpes a destruir lo que se pone en sus manos. Jueguen, que ya pronto acabará la farsa.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta