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RETRATOS HABLADOS

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RETRATOS HABLADOS

Tiempo de justicia divina

Ahora, cuando miramos un campo de batalla que cierra temporada de muerte para abrir otra, empezamos a entender que después de todo la vida ha cambiado sustancialmente su razón de ser, y que son tiempos inéditos en que la apuesta central será a favor de los elementos que nos ayuden a olvidar lo que ni siquiera hemos vivido. Apostamos a lo que deje menos cantidad de recuerdos, y sí en cambio la sensación amarga pero tranquilizadora de que no importan ideales, memoria que heredar a las futuras generaciones. Simplemente la tarea es negociar un poco más de tiempo para cerrar ciclos.

Algunos han decidido que pueden erigirse en nuevos Beneméritos de las Américas porque un país les resulta ya pequeño. Distraen el amargo pesar de la desilusión con absurdas convocatorias para votar el sí o el no de la aplicación de una justicia que saben no será, pero que le dará el valor máximo en estos tiempos que es el del tiempo. Tiempo para fincar su inmortalidad en el concierto de las naciones de Latinoamérica, donde ya se vio como el prócer, el libertador, pero siempre el nuevo Benemérito.

Qué razón tendría usted para acudir a una consulta sin sentido, en momentos que lo urgente es salvar la vida, pero sobre todo salvar la certeza de que habitamos un mundo con alguna lógica, un país con legítimos derecho a no volver a ser presa de la corrupción que roba lo que tanta falta hace a la población, hoy presa del dadivoso personaje que reparte limosnas oficiosas a cambio de una lealtad absoluta, incapaz de cuestionar nada al iluminado cada vez más y más ajeno al mundo terrenal.

Y esa es la razón que nutre los espectáculos cotidianos en que se anuncia como en feria de pueblo el nuevo y más reciente ajusticiamiento, para deleite de todos, del villano terrible y sin conciencia. Lo cierto sin embargo es que no hay nada en el terreno de las realidades, y todo sigue el mismo rumbo hacia un despeñadero donde solo alcanza la vergüenza del que recibe una limosna para vender lo que ya no tiene.

El campo de batalla amaneció iluminado, ahora con rostros jóvenes que le pelean al virus la posibilidad de construirse un futuro, ajeno al poder que todo pudre y corrompe, cercano a la simple certeza de los hombres y mujeres de antes, cuando ese brebaje de alucinación no había llegado tan lejos.

Ganar tiempo, dar vida a lo mejor, pero también a lo peor que siempre hemos cargado en la memoria, en los rencores tan añejos como la historia de la humanidad. Ganar tiempo para volver de nuevo a encontrar el principio de las cosas, de la historia simplemente humana donde no hemos sido sino huéspedes indeseables de un mundo, un universo que se ríe de nosotros, de nuestros lamentables deseos de grandeza, cuando por razones simples estamos condenados al olvido.

Mil gracias, hasta mañana.