
Cuando el poder enloquece
El poder, por muy pequeño y miserable que sea, transforma a las personas, quienes entienden que si el destino las colocó en ese camino donde pueden hacer valer su nueva condición del Negro Manuel de la canción, “yo nací p’a mandar gente, no p’a esclavo ni p’a peón”. Luego entonces el que hasta hace unos días era manso como cordero que va al matadero, de repente es un lobo facineroso que busca ovejas para hincarles el diente.
La mayor parte de los políticos son el vivo ejemplo de lo que le anoto.
Sin embargo, como le señalaba al principio de esta columna, sucede en todos lados. Le cuento:
Hace poco, y luego de comprar mi Melate con revancha y revanchita por 30 pesos en el expendio de lo que era la Mega Comer. Entré a la tienda para adquirir víveres para el hogar, entre estos un Nescafé, un Café Oro 24 kilates, ni más ni menos, y uno más de Los Portales. Del “Toaster Choice” ni hablar por el precio descomunal, que ni los tres mencionados juntos alcanzaban.
En esas estaba cuando escuché la voz entre chillona y grave de un hombre que sentenciaba a la muchacha que acomodaba los frascos: “a partir de ahora voy a verificar todos los días cada uno de los pasillos, y no voy a permitir que los frascos estén unos adelante y otros atrás. Todos deben estar a la misma distancia y si es necesario voy a medir con regla. Se acabaron los tiempos en que hacían lo que les venía en gana. Ahora mando yo y voy a mandar”.
La jovencita que con toda seguridad asistía a su primer día de trabajo no dijo nada, suspiró y siguió su labor.
El “empoderado” se dirigió al pasillo de los papeles de baño, servilletas y pañuelos faciales. Miró a los empleados con ojo inquisidor y de desprecio, para luego dirigir su discurso en el que anunciaba que el nuevo reino, que por supuesto él encarnaba, había llegado para felicidad de todos.
Esta vez sí hubo respuesta cuando el exhibidor del poder recién recibido, dio la vuelta en la esquina del pasillo: “pobre pendejo que ya se mareó al treparse en un ladrillo”.
Así sucede.
Recibir poco, algo o mucho de poder lleva implícito, para una gran mayoría, demostrar que justamente ya es poderoso, y si para ello es necesario fastidiar al semejante que se cruce en su camino, ni hablar.
Y por supuesto que si hay público de por medio, mejor.
Un hecho constante también, es que a menor preparación académica y espiritual del que recibió los poderes, le irá peor a los que lo tendrán que soportarlo.
Porque aguantarán sus caprichos, sus miedos (que son muchos), sus rencores (que son más que sus miedos), sus necedades, sus intolerancias, sus obsesiones, sus complejos (muchísimos), y por supuesto, su odio absoluto contra todo el que no piense como él.
Lo peor también es que desde el primer día que fue seleccionado para ejercer el poder de supervisor de pasillos, empezará el largo, larguísimo camino para perpetuarse en el cargo. Y entre esa obsesión y sus odios y demás fobias, acabará por quedarse solo en medio de pasillos patas para arriba.
Por supuesto cualquier parecido con la realidad es pura y vil coincidencia.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta